jueves, 26 de julio de 2007

ya sabía ( h. al l. azul 41)


El cuento es sólo uno de los ewscondites mágicos,
del que siempre se vuelve a la vida real
Biruté Ciplijauskaité.
Salí del metro y te encontré en el kiosco de periódicos. Te reconocí por los cabellos impregnados de güisqui y los rastros de Emilia. Supe al momento que no ibas a comprar nada. Aunque la trilogía de Lars Von trier estuviera tan barata. Vi a Selma Jezkova deshaciéndose en tus pestañas. Por eso me acerqué. Finjí, como siempre lo hago, que se me caía el llavero al pasar detrás tuyo. Giraste y sé que te sorprendiste al verme. Una grata sorpresa como cuando crees que ya se te ha acabado el chocolate y descubres que queda un cuadrito más. Levantaste el llavero, después de saludarme con tu aire de desdicha. Preguntaste que significaba y te conté que era un regalo de Argentina. Mencionaste haber estado ahí. En tus pupílas la silueta de una no-Emilia. Dijiste no tener nada que hacer. Comenzamos a leernos. Sin encontrarte antes de un agua de frambuesa con mis demás que a veces es sólo uno. Leíste su historia en mis labios, por eso te identificaste. Como cuando lees una frase de alguien más y sientes que te ha sido arrebatada. Porque eso tendrías que haberlo escrito tú. Quisiste ir por un güisqui. Te dije de cuando lo escupía. Así que para mí un Abascal y para ti un Jack Daniells.
Al sentarnos en la barra rozaste mi cintura, recordé que querías desnudarme y acaricié mi cabello, coqueta. Sabes que lo soy. Lo supiste más ese día después de la tercera copa y de citarme a tu tan idolatrado Borges, que yo no siempre lo entiendo y me aferro más a Cortázar.
Tenías curiosidad sobre los rojos-rojos y yo te hablé de borregos. Es que luego la política es un desastre y terminas lavando un sartén con huevo pegostioso. ¡Y no se quita! Una copa más y pregunté sobre los gritos de los vecinos. Estabas emocionado al describirme sus reacciones. Pensé en tu novela en mi cuello, pagué la cuenta y te arrastré...

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