miércoles, 22 de junio de 2011

de diarios (h. libro azul)

La pacienca y la aflicción luchaban a quién la representaría más sanamente. Vos habeís visto el sol y la lluvia a un tiempo. Sus sonrisas y sus lágrimas semejaban el mejor mayo. EStas venturosas sonrisillas que jugaban en sus labios maduros, no parecían saber qué huéspedes contenían sus ojos; y estos huéspedes se desprendían como perlas que gotearan diamantes. En una palabra, el dolor sería una rareza muy estimada si todos pudieramos traducirlo asó.
(Rey Lear- Shakespeare)


Salí un miércoles. Miércoles que sería de calor pero por la mañana nos echaban un poco de fresco para que no estuviéramos cansados todo el día. Arranqué a las seis de la mañana. Salí, sin estar segura cuál era el bus que había de tomar. Unas cuantas preguntas y allá vamos. Maleta en mano. Ya tengo callos en las palmas de tanto cargarla. Me puse nerviosa y bajé antes. No distinguía la parada con los primeros rayos del sol dándome de frente. Caminé en subida, arrastrando mi maleta, la negra, la que todavía no se rompe. Pasé por la Cruz Roja en la que estuvo mi hermano por culpa de una gran resaca. Luego el salón en el que bailé tantos quince años y por fin llegué a la escuela de artes en la que, por casualidades, nunca entré. Me senté sobre mi maleta, la negra, a esperar. Comencé a leer teatro. No hay nada que disfrute más que leer teatro mientras termina de salir el sol.
Primero llegó la pareja. En la moto de él. Él, músico de 18, con el pelo largo y paliacate en la frente. Ella, bailarina exiliada de una religión castrante, abrazada a la cintura de su jazzero, preparada para un nuevo día en la academia. Me gusta verlos. Es como ver a la novela de Chimo en primera fila. Cuando el pianista llega, ella se despide. Zarpamos a la capital. "A la capirucha" Dice el jazzero y el pianista rie.
Así que jazzero-guitarrista, pianista y cantante tomamos carretera. Por unos instantes me siento On the road. Pero yo con diez años más. Me llaman "la veracruzana" por no tener pelos en la lengua. Al parecer a los de 18 hablar de la regla y algunos deseos les parece novedad. Yo disfruto alarmándolos. Llegamos a "la capirucha". Me bajan en Coyoacán. Enciendo el Mp5. El que me dio ella en un cumpleaños de amor y pobreza. Sí ya hay mp5. Lo sabré yo porque es mio.
Recorro Coyoacán, con mi maleta, la negra. Escucho Julieta Venegas, digo, ya que estamos por sus rumbos, vamos a ponernos en su ambiente.
Encuentro el metro General Anaya. Recuerdo la semana anterior, bajando de ahí con fiebre, diarrea y las ganas inmensas de estar en una cama que fuera mía. Al amigo que me ayudó y durmió en el suelo para que mi fiebre no fuera tan severa. Al centenar de gordos que no me dejaron bajar en mi estación y de un codazo me echaron hasta atrás.
Reí y emprendí camino a Ciudad Azteca. Leyendo teatro, cruzar la ciudad de punta a punta es una delicia. Llego. Ella no está. Me siento sobre mi maleta, la negra, y sigo leyendo. Ella siempre llega tarde y nunca sabe porqué. Dice que se arregla pero, yo siempre la veo igual, antes o después de bañarse. No se maquilla ni se alacia, ni ella sabe lo que hace. Talvez se pierde con ella misma en el espejo, en sus risos y en la distancia entre sus pestañas y sus cejas.
Dejamos mi maleta, la negra, en su casa y me hace ir de regreso al centro. El trayecto hablando me parece más largo que leyendo.
Recorremos el centro en búsqueda de un vestido perfecto. Creo que la gente no recuerda que odio ir de compras, me aburro y cada vez me parece más pesado el consumismo. Será porque no tengo para consumir.
Asì que ahí vamos, el novio-exnovio, ella y yo. Sonríen, hablan, caminan, se miran. Y no puedo evitar acordarme de ese antes con él. Que éramos el uno para el otro pero nos negábamos a ser el uno del otro. Así que estábamos sin estar, según nosotros, estando más que nunca. Hay lazos que van más allá de lo dicho. Me río un poco de ellos y de esa mentira que se están creando.
Pasamos por el Zócalo. Esa plaza que me llena de energía y nostalgia de una historia que no he vivido. Ellos se quejan por los manifestantes. No lo entiendo. Esa manifestación, la controle quien la controle habla de un pueblo que no ha caído del todo en la indiferencia, un pueblo que aún se quiere manifestar. Ahora son ellos los que ríen de mi y de mi forma de hablar. Dicen. Es que son Chefs y así no se habla entre ellos. Después a comprar cosas de repostería. Esas tiendas sí me gustan. Me gustan los colores de los globos, las estrellas, la brillantina y las plumas que cambian mis ojos. Algo traigo últimamente con las plumas.
Me llevan a un cine "de esos que te gustan a ti", Lumiere. Claro que me gustan. Pero no hay película disponible y tomamos un té chai hablando de los libros que nunca leyeron y no tienen ganas de hacerlo. Dicen que leer les da sueño. Yo me pierdo en el cartel de una tal Alicia y su relación con el mar.
Volvemos a casa. Él nos lleva hasta nuestra estación de metro. Yo pienso que las mujeres con novio se vuelven inútiles y dependientes. Que si no lo tienes no pasa nada en ir sola de un lugar a otro. No sé, hay muchas cosas que no entiendo. Como que te abran la puerta, tan fácil que es. O que te sirvan la copa, y los hielos, y el refresco. Esta doble manipulación de ser indefensa y que él lo haga todo. Pero tanto a ellos como a ellas les gusta. Así que qué va a decir uno.
Nos vamos al twitter y a la cama para descansar los pies, negros, como mi maleta. Dormir me cuesta. Alguien viene y no sé cómo será su visita.

El jueves despierto sola. Otra vez twitter y esta obsesión de ser amiga de todos. Parto, de nuevo con mi maleta, la negra. Una hora y media de camino para dejarla. En casa del amigo yuppie que me enseña sobre Ferragamo, Blackberry y Zegna. Dejo maleta, negra. Intento volverme más guapa y salgo a Nápoles. Me cruzo con mis compañeras de trabajo. Todas modelos y yo que les llego a la cintura. Sobretodo ahora que no llevo tacones. Decido echar una gran caminata. Total, mientras haya música los pasos no pesan. A conocer el Foro Shakespeare. Entonces, la vez que conocí a Bichir en un teléfono público a medio Gran Vía, y llamé al otro para decirle ¡Lo he conocido! gastando el euro que tenía para llamar. De cómo me dijo que algún día trabajaríamos juntos y yo lo tomé como señal. Me dejan a la espera, mientras conozco el espacio. Abro a Joyce y tratando de entender lo que dice sobre la estética me pierdo en el nuevo separador de Antes del desayuno.
Cortesía más cortesía del personal y de regreso a una cama que no es mía,pero casi será y otro viaje por twitter-facebook.
Por la noche unas copas. Con los amigos yuppies, de sus andanzas por Polanco, Santa Fe y las nuevas tecnologías telefónicas. Yo me ausento al tiempo que sonrío como si eso me importara. Pero mi tercer ojo me mira y no puedo evitar soltar una carcajada. ¿En qué momento llegué aqui? Llegamos aqui, los tres adolescentes de la escuela de monjas que querían ser distintos.
Duermo con el amigo Yuppie. El que soporta mis ronquidos, mis platicas de examores y las maletas que van y vienen. Lloramos un poco sin hablar y cada uno a su rincón.

Viernes de trabajo. Llego dos horas antes a mi destino porque estoy obsesionada con la puntualidad y las distancias y tráficos en "la capirucha" todavía me torturan. Me encuentro con Kidzania y los recuerdos de su hermana gemela me caen de golpe. Quiero entrar, volver a ser parte de. Pero recursos humanos está ocupado y me dejan a la espera cuarenta y cinco minutos. Ya no hay tiempo y tengo que comer para volver con mi maleta, la negra. A trabajar. Llego a la zona de comida rápida. Me encuentro a una vieja amiga. El mundo, de verdad, es pequeño. Puede ser que este encuentro me cambie la vida. Todos los encuentros cambian la vida en cierto punto. Este más. No sé. Pido un caldo tlalpeño que me zampo en 5 minutos, dejo el aguacate, que sigo enferma. Y a ahogarme en el mundo del consumismo. Cinco horas trabajando en Liverpool, hablando sobre el mejor café gourmet del mundo, de cómo nuestra tecnología es la mejor. Convenciendo a los clientes (que no son gente, son clientes) de cómo su vida no tiene sentido sin Nespresso en su cocina. De cómo tener Nespresso es necesario para respirar y para ser Gourmet. Rodeada de la chica Heineken, la Dolce, la Oster. Haciendo exactamente lo mismo. De cómo sin productos no somos nadie. Voy al baño y cruzo tres pasillos repletos de aparatos que yo no poseo y que no me hacen falta. Pero sé que si sigo aqui terminaré convencida de que no soy nadie sin ellos. La chica Dolce me cuenta de cómo su hijo no dice "quiero mis tenis" sino "quiero mis puma" a ella le parece maravilloso y yo hago un esfuerzo por no vomitar. Vuelvo a mi metro cuadrado de Pixies y Lattisimas a intentar entender porqué hemos tenido que echar a andar buses sólo para mujeres. ¿Tan patéticos somos ya?
Se pasan las horas hasta que viene por mi, el otro amigo Yuppie. Y recuerdo lo que es el confort de ir en coche y alguien que te ayude con la maleta... como las amigas con sus novios. Correr de un lado a otro, lavar la cafetera que no puedo llamar cafetera sino "máquina Nespresso". Llenar el inventario, ir por el pase de salida, formarme, que me cacheen, que me regañen por llevar mi maleta, la negra. Y salir a toda velocidad al coche del amigo. Que ya no es Yuppie, es Frepster, según nuevos términos.
Me cambio en el coche. Hay costumbres de actores que nunca se quitan. Creo que él se pone nervioso y a mi me gusta la idea de que un conductor mire a su lado y encuentre a una chica en sujetador. Llegamos a las luchas. Fui arrastrada ahí por los chantajes emocionales de la mejor amiga. Paso las primeras tres peleas sin entender lo que estoy viendo, ni lo que está pasando. De porqué los espectadores están tan emocionados con tal falacia. Con una mentira a simple vista y qué diría Paz sobre estas costumbres mexicanas. El porqué de las máscaras y los numeritos. El amigo frepster y la mejor amiga chantajista, me dicen que no analice, que disfrute, que esto no va así. En la cuarta pelea yo ya estoy de pie sobre mi butaca gritando "¡Máscara, máscara, máscara!" Escuchando un rap sobre Cristo y sin poder parar de reír. Llegamos a la fiesta, las charlas sobre las charolas de cocaína en televisa, el drogadicto de Zoe y la pijama que parece traje de baño de los cuarentas.
Sábado a hacer una lectura teatral. Llego a la casa del director. Es trasladarme a la residencia de Dalí y Buñuel, pero en limpio. A leer con el nuevo director y el nuevo actor. Entusiasmarse con un nuevo proyecto teatral. Cambiarme en el coche, mi deporte favorito y a Sears a hacer lo mismo que la tarde anterior. Pasa infinidad de parejas y a mi me parece algo tan lejano. La relación, la mano del otro. He amado y me han amado varias veces, ahora parece tan difícil. ¿Cómo pueden seguir? La despersonalización. La entrega. Buah casi me mareo de tanto mirarlos. La obsesión de las vendedoras con vender. Valga la redundancia, que cómo a mi no me importa porque no me llevo comisión. Salgo, con mi maleta, la negra. Hoy dormiremos en otra casa. La amiga de la madre patria pasa por mi al metro. Hablamos sobre su amor, ahora perdido, y automáticamente renace el ardor en mi. Me enciendo en contra de él y del último mío. Y mi no entendimiento hacia las acciones del otro. De cómo volvemos a confiar. Nos equivocamos una y otra vez de parada. Hablar de desamor distrae fácilmente. El frepster y la mejoramiga nos esperan en el coche. Borrachera casera, que gracias al alcohol cambia de colores. Dormimos, las tres, con el Frepster.

Domingo de trabajo y las mismas cavilaciones sobre el consumismo, el amor y el desamor. El frepster, que pretende ser mi marido, aunque yo haya dicho no volver a relacionarme en dos años, me recoge. Ellas se han vuelto a casa. Vamos por jamón serrano y queso. Como en mi Madrid con alguien más. Trasnochamos viendo Mi villano favorito, para no pensar.

Lunes de casting. A competir, a quién engaño, convivir con super modelos. Todo es marca, fashion, Hugo boss, CArtier, Nautica. Y no se cuántas más de las que no se, y tendré que aprender. Ellas con su 1.80 y sus cuerpos de ensueño. Yo con mi 1.50 y mis dos cojones. Twittearlo y facebukearlo para hacer reír a la banda. Y a mi misma. Empiezo confundida, termino muy simpatica. A comer a la fondita unas buenas flautas de pollo. Sigo con Joyce y ahora sí lo entiendo. Hablar de religión me es más fácil que de estética. Recoger mi maleta, la negra correr a la central. A esa del norte. Donde un día él me esperó una hora. Donde cada vez que paso lo escucho diciendome "no vengas acá, es muy lejos " y la necia de mi queriendo ir a recogerlo. Para llegar una hora después y que él no pudiera ni enfadarse porque mi intención era buena. Porque no nos veíamos en tanto tiempo y nos esperaba conocer Coyoacán juntos. Con el viejo amigo-hijo. Otravez subo esas escaleras y lo veo ahí esperando. Primera plus se hace cargo de mi equipaje. Y yo me encargo de comenzar Diablo Guardián. Conocer a esa Violeta con la que más de una vez me han comparado. Me encuentro con "Ser puta es calentarte con cada -a ver qué pasa-" y lo entiendo todo. Me gana el sueño y despertar, últimamente me produce un vacío en el estómago. Está la peli en la que Julia Roberts se vuelve flaca para enamorar al excuñado, el cual al salir de un años de recuperación mental dice amarla a ella. Todo es dudoso pero escojo quedarme con la sonrisa en los labios y la esperanza de un nuevo amor. Pero que se tarde.
Así regreso a mi lluviosa Dogville. A dar clase y todo lo demás.