miércoles, 12 de junio de 2013

Detente Matilde.

Vamos a empezar, Matilde, por decirte la lista de cosas que has hecho mal desde que naciste:

Cosa número uno.- creer que ya no había mantarayas detrás de los ahuehuetes
cosa número dos.- no tener listo un salvavidas en caso de lluvias carnales
cosa número tres.- haber estado vacía cuando despedías al sur con una pupila verde en la mano
cosa número cuatro.- tener más llaves que llaveros
cosa número cinco.- dejar de hablar cuando nadas en los charcos
cosa número seis.- bailar con zapatos de boliche.
cosa número siete.- amar a cualquiera que no sea obeso.
cosa numero ocho.- ser amarilla cuando todos te incitan al rojo.
cosa número nueve.- salir de las almendras cada vez que cae el rocío
cosa número diez.- creer que mas allá de los rosales hay amigos.

Habrá que decirte, Matilde, que cuando sales descalza a recoger las cenizas de los volcanes, dan unas ganas inmensas de apretarte los tobillos y no dejar que escapes otra vez. Mira, Matilde, las cosas en casa no están como para que te tomes un café con las rodillas cada vez que se te cae una pestaña. Aqui no hay cómos, ni porqués, hay maneras de comportarse y maneras de abstraer tu mente para que no llegues a torturarnos con bolas de nieve primaverales.
Escucha, Matilde, los niños ya no son como en la primaria, ahora tienes que agarrarlos de la cintura y envolverlos en talco para duraznos, si no resbalan y se vuelve cada vez más difícil acercarlos al rompecabezas. Atiende, Matilde, cuando llamas a un albañil no debes esperar que llegue con peceras en las manos, hace mucho que dejó de usarse.
No vistas de servilleta,
no amplies el volumen de tus orejas
no rasques los dientes de las ardillas
no corras detrás del autobús
no vuelvas pidiendo que alguien saque a su marido con una cuerda
no digas que ya hiciste pis cuando sólo hiciste rosas

Es la manera, Matilde, en la que no sientes como te perforan los chayotes, son las catorce guirnaldas que no has cepillado de tu cabello. Es, Matilde, esa pose de comer cuando atardece, esos frascos de velorio en tu tocador, esas estrellas que guardas en las palmas, esperando estrecharlas en las mejillas de cualquier orangután.

Ay, Matilde, ninguno de nosotros sabemos de dónde vienes ni porqué te parimos todos a uno. Ninguno de nosotros sabe matarte con pétalos de avestruz, ninguno de nosotros quiere, Matilde, tenerte creciendo en las pezuñas.