lunes, 20 de febrero de 2012

el taller

Vamos empezando. Que ni yo te rompí el cogote ni tú fuiste tan burladora.

Hay una obra, es de Ibsen, no de Beckett, no de Artaud. Así se van discutiendo los que saben que si uno transformó el lenguaje, no la retórica, no la moral. Uno ya ni entiende de qué estábamos hablando. ¿Aquí no íbamos a hablar de comedia?

Unas veces, él, el chico-chica, más chica que chico se sienta en la orilla de la mesa. Disimula que nos mira pero si sus ojos fueran brochas Picasso y Pollock se quedarían pendejos. Eh, que yo también se citar a gente importante. A mi me gusta su nariz. Me gusta que cuando habla derrama amor por el profesor y la única forma de acercarse a él es leerse enciclopedias teatrales enteras. De todas formas no logrará nada. Hay personas que ya tienen definida su sexualidad, como el color de sus calcetines o la pasta de dientes que usan.
Además al lado está ella, la otra, la intelectual, inocente con su pañoleta italiana atada al cuello. Fingiendo que no le interesa la clase, ni las caras, ni los colores. Hace que dibuja sin ganas, pero los dibujos también son de él.
Del otro lado la otra,otra, con sus gafas de sol, dentro de clase, no haré comentarios de lo que pienso sobre eso. Unas gafas tornasoladas, un gorrito con orejas y ojos y la boca rojo carmen, no carmín, carmen. Ella baila con las mejillas y las pantorrillas, baila por debajo de la mesa recordándole las noches de desnudos en los escenarios.

Yo me pregunto cómo debajo de un sombrerito de trovador, el hombresillo puede aguantar tanta presión. Será por eso que anda viendo el reloj cada quince minutos rogándole a cualquiera de las fuerzas que pasen las tres horas y todos nos vayamos a casa, que él se vaya al cine, solo, y se masturbe sin contar con ninguna de las 38 manos que lo están siguiendo.

Cuánta pena dan, a veces, los talleres de literatura.