viernes, 25 de enero de 2008

Ella no pudo ( h. li.azul)


El dolor es obligatorio para las conciencias amplias
y los corazones profundos.
Los hombres verdaderamente grandes deben, al parecer,
experimentar en la tierra una gran tristeza.
Dostoievski
Fue creciendo. Enrollándose como los estambres, cada día una vuelta, y otra, hasta ir agrandando más y más la bola del pecho. Ella lo escuchó, o lo vio en el movimiento imparable de sus pupilas. Se acercó a él. A pasos agigantados le extrajo los pensamientos. Casi todos.
Una tarde, entre cervezas, se le hizo visible. Esa bola de estambre, apareció. Él hablaba sobre la empresa de su padre, los novios de su hermana, describía su habitación. Cuando ella se colocó entre sus libros y la cama el estambre cayó sobre su cabeza lo pudo ver y verse. Entendió el porqué de un camino de tropiezos constantes. La saturación de historias, de amores, de personajes. Otra vez el espejo y las ganas de tomar la mano. La litrona ya vacía y las estampas despegadas. Por él.
Estar con alguien en su tristeza. Para Ella muchas de las veces se convierte en un vicio. Es la forma de ir rebajando esa bola de estambre. La de Ella. Que nunca deja de rodar. ´
A él se le cansaban los párpados, casi siempre el derecho. Apoyaba todo el cuerpo en una pierna para dar el siguiente paso. Expresión corporal poco descifrable. Siempre tocándose la nariz , como si ésta tuviera respuestas. Con la queja, en todo momento, del dolor en la boca del estómago.
Y ella triste, por no saber qué hacer. Por intentar rellenar, éso, los nudos mal hechos. Así que se acostaba a su lado para intentar, intentar, Ella sólo intenta, despejar su cabeza con bromas estúpidas, imágenes absurdas y psicoanálisis baratos, aunque la que se recostara fuera ella.
Sonaba el choque de las litronas vacías. Las bolsas de basura huelen a cigarro aunque ninguno de los dos fumara. Dan las tres de la mañana con los ojos abiertos, todos los días. Llega un abrazo pero no se va el hueco. Pero no se habla de eso. Hasta el siguiente día por la mañana, en el café. Se comenta, así por encima sin mirarse a los ojos. "Me duele aqui". Ahora le duele a ella también.
Habrá que tirar las botellas. La sacarina no está sirviéndoles de nada estos días. Aún hay amargo. No es que halla amor. A saber. Hay conexiones en el momento necesario y la comprensión del enredado que es enredadiso. Y como a Ella le encanta eso de misionar, igual se le olvidan sus enredos, o se desenreda desenredando a alguien más y en eso están. Los días se están acabando y los nervios han ido a acelerar la tensión y la confianza. Eruptan volcanes, una lava babosa y mediocre, pero dulce. Sería el reloj. Una erupción sin sentido. Ella extraña el abrazo en las tardes, Él en las noches. Tuvieron que zarpar, cada cual con diferente estambre. Es una lástima que no sepan tejer

lunes, 21 de enero de 2008

ella botón ( h. al l. azul)


Tú con las alas rotas y el corazón
herido
te vas hacia los reinos donde el
amor se hiela
García Lorca.
Sabía que no se llamaba Beatriz. Aunque ello hubiera sido muy poético para todos. Tenía un nombre compuesto. Un corazón en recortes, estampa sobre estampa. Un collage casi perfecto. Hasta que se abandonó, para perderse. Arriesgada y tímida dio el salto. Seguramente fueron las gafas de colegial. De niño de escuela pública. En los países tercermundistas, perdón en vías de desarrollo, los niños de escuelas públicas tienen un aire bien distinto a los demás. No bordó telarañas. Quería callarse. Sentarse frente al muro de las olas de Yukio Mishima. Fue enfermera, chamana, amiga y guarda espaldas. Hasta que llegó el tonto que la enamoró.
Se dejó besar porque esa noche la luna estaba de traviesa y le movió las luciérnagas que le saturan los huecos que lleva entre cada hueso y en la nuca. La luna susurra aveces conjuros en los oídos de las más brillantes. Se dejó besar. En noches así los labios se mueven solos y el tinto expira hormonas de ansiedad. Su boca fue la primera traidora. Se adhirió a él y estando ya de cerca el olor de su cabello le creó adicción. Ella le acarició las orejas y las mejillas pensando que la piel es el mejor de los órganos. Sus dedos se perdieron en su cabello, en el de él. Así de a poquito el corazón se fue quedando preso al pecho de él. Del enemigo, del contrario, del elemento del que siempre hay que estar alerta. Entonces mientras lo besaba cantó una canción de cuna que sólo las hadas podían escuchar. Cerrando los ojos fue levantando los pies. Flotando en espirales. En el espacio del Principito, de todas las Alicias y demás Sebastianes. De su cintura cayeron pétalos. Dejó de ser humana, por un beso. Como si de pronto toda la basura del mundo hubiera desaparecido y sólo quedaran las flores, las estrellas y las risas de los niños. Entendió la poesía y dejó de verla matemática.
El vagabundo que la observaba desde la banca grafiteada ha contado que lentamente sus cabellos se volvieron cairéles y de su espalda cayó brillantina. No se sabe, los vagabundos no son buenos relatando, dice la gente que mienten. Hay quienes creen que son muertos vivientes, sabios atrapados o ángeles caídos. Solo se sabe que ese vagabundo no ha querido dejar de sonreír desde ese día.
Dejó de besarla. La tomó de la mano y haciendo alarde de su confianza la dejó a media calle. A las tres de la mañana los coches siguen vivos. No sabemos si él era consciente de eso. Ella vio acercarse las luces pero los cantos de las hadas le impidieron mover las piernas. Después todo pasó rápido, no supo si fue un avión o un taxi, pero eso la aplastó. La carretera ahora eran vías y él ya no estaba a su lado. Le dolían las piernas y los brazos. Su cabello estaba quemado y en vez de ojos le habían quedado dos botones mal cocidos. Escuchó tronar las esquinitas de sus huesos. La sangre le pesaba. Poco a poco, como siempre, como antes, se levantó. Caminó entre las vías, subterránea. No escuchaba ya canciones ni murmullos. No quiso volver a salir. El fantasma del metro. No ha querido volver a salir, no quiere. El vagabundo no volverá a verla y mejor para él.
Y el otro, el que la besó, cuentan que salió corriendo. A los dos días estaba besando a otra.

domingo, 20 de enero de 2008

domingo resacoso (h. al l.azul)


Si se abrieran tus ojos
la oscuridad se aclararía.
Beckett.
Es normal que tengamos esta resaca. Este bajón de neuronas que dulcemente caen a nuestros pies y nos secan los cabellos. Lo extraño son los vacíos al amanecer. La sensación de angustia ante el hoy, ante el mañana. Ante de antes. Este latir incontrolable. La sed en las encias. Las ganas de no parar de andar y de estar acostado en forma fetal hasta que despertemos en el otro lado del limbo. Que no sea la nada espesa sino todo lo contrario. Que quien sabe porque sea pero los dedos se secan por momentos y sólo quedan pelusas brillantes en las uñas. A veces las predicciones son mentira o no estan sustentadas por las estrellas. Me duele el cartílago que sostiene a la lengua. Será de tanto hablar y hablar sin decir. Pero luego ni hace falta. Total con una posición horizontal y un suspiro doloroso hemos entendido todo