La costumbre, ese monstruo, que devora todo sentimiento.
Hamlet
(h. al libro azul)
Así que un día, mientras él firmaba los papeles de divorcio. Se dio cuenta que nunca lo amó. Que las noches que pasaba a su lado entre caricias y abrazos eran sólo reconfortantes para su cuerpo. Para su corazón dolido y alejado del verdadero amor. Soñando todas las noches con ella, despertando con él. Primer acto de la mañana : girarse acariciarlo, besarle la mejilla ylos párpados. Para luego volver a cerrar los ojos y pensar en la sonrisa de ella. No porque así lo quisiera. La mente y la memoria son las eternas traicioneras de nuestra vida. Traidoras y asquerosas que la hacen pensar en ella cuando debería pensar en él y en el calor que hay debajo de sus sábanas. Como él pasaba por ella todos los días, para recogerla del trabajo. Para cargarle el bolso. Para limpiar sus lágrimas. Llevarla a cenar y a bailar. Cantarle Billy Holliday cuando ella ya estaba cansada y no quería otra cosa más que una copa de vino y el blanco de su sofá. Así que él, todo paciencia, todo amor o todo necesidad, cogía el mando del televisor y pretendiendo ser ella, Billy, cantaba hasta las cuatro o cinco de la madrugada. Hasta que ella cerrase los ojos. Después de haber reído de él y con él. Cerraba los ojos pensando que lo amaba, hasta que de nuevo ella, la otra, asaltaba su inconsciente para hacerla reír o llorar en sueños. Para recordarle que aún sigue ahí. Que no se ha ido. Que no se irá. Porque pasan los años y los sueños siguen siendo los mismos. Aunque esté él u otro, u otra.
Nunca se deja de ser la que fue de alguien más. El que fue de alguien más. Aparecen por las noches para que no los olvidemos. Que ella es ella y ellos, de antes y él de ahora.
Hasta que firma el divorcio para descubrir que la próxima vez que amanezca junto a ella o junto a otro soñará con él. Y así sucesivamente.