sábado, 26 de abril de 2008

tu no ( h. al l azul)


Se cree y se espera tanto del amor,
que, a fuerza de creer en él y de esperar en él,
falta decisión para personificarlo en nadie.
Jardiel Poncela
Pasaban las tardes en la banca verde del patio de atrás. Ella comía bambas de nata (1.40)y él pipas de calabaza sin sal (6.75 kg). Uno frente a otro. Incapaces de hablar de eso. Hablaban del colegio, del autobús, de lo inshospita que es la sopa de cebolla cuando estas extrañando el calor de hogar. Peor aún cuando está fria y para acompañarla sólo hay un trozo de zanahoria cocida. Ella, a veces, cuando hablaba con él sentía cómo le pasaban ratas entre las piernas. Alguna vez creyó estar segura de que un ratón se le metía a las bragas. Él se acariciaba las manos, resecas, manos de reptil deshidratado. En las noches, Ella imaginaba el momento del beso. Cuando lo pensaba le dolían las muelas y la imagen de Él corriendo, huyendo de Ella. Él por la avenida principal con gafas oscuras y zapatillas naranja fosforescentes huyendo, mirando hacia atrás, tratando de esconderse. Ella parada sobre la banca con la falda volando hacia la izquierda, con el pelo morado de lado gritando ¡Ven, perdona, vuelve! y Él que no para de correr, choca con la gente, con los chinos, con los perros, se tropieza con los bagabundos y hay alguno que le escupe y una música que angustia hasta a los chimenes mientras Él corre y Ella grita desde una banca que está apunto de romperse. Entonces Ella vuelve a las estrellas de su habitación y al silencio de la banca.
Él, mientras tanto, se ducha pensando en los diferentes ángulos que recorrió a través de la falda de Ella. la sombras de su entrepierna y el momento en el que el faron se oscureció los ojos y sólo brillaba su boca, rosa con brillantina. Sueña con el sabor del lipsitic de Ella, que seguro será de plátano con frutas tropicales. Se le acerca le va doblando la falda en pliegues hacia arriba. Introduce lento un dedo, despues dos y cuando Ella asiente viene el tercero. Suave con sus dedos mientras su cara olisquea los labios húmedos y las mejillas coloradas de Ella con olor a algodón. Entonces la madre de Él toca la puerta y le dice que lleva más de media hora en la ducha, a ver si no va a sacar la basura. y ella se evapora con el humo de la ducha que se escapa por la ventana.
Se hace otra vez de tarde y Él come pipas de calabaza sin sal (6.75 el kilo) Ella bamba de nata (1.40) y vuelven a hablar de la clase de metodología. Con ratas entre los pies y llamitas en las muñecas.

jueves, 24 de abril de 2008

era tiempo (h. al l. azul)


Y el rebelde, busca la tempestad,
como si en las tempestades se encontrara la paz.
Lérmontov.
Llevaba unos días leyendo a Bernhard. Me tenía transtornada. La gente decía ( me dijeron después) que me hablaban y no contestaba, o a veces les contestaba después de tres minutos. Frases cortas, muy bien formadas, pero sin sentido. Algunas veces eran frases tan sin sentido que eran exactas para clavarle la estaca a mi interlocutor aunque él no me estuviera abriendo el corazón. No me interesaba por nada. En el trab ajo no ponía atención. Nisiquiera podía decir en qué pensaba porque en mi cabeza sólo había frases, frases hechas que no reconocía en mi boca. La mayoría me las quedaba dentro, masticándolas. No quería compartirlas. Tampoco es que hiciera falta, era como una autoalimentación de conversaciones. Lo que me contaban los demás me parecía aburrido, insulso. Así que desconectaba y otra vez a pensar en lo mio. Hasta que llegaba el momento en el que estuviera sola y volvia a Bernhard. Lo leí porque vi su libro y me sonó el nombre. Nada más. Hay que leer de todo y a todos. No sabía ni quién era ni qué escribía. La primer obra me fue imposible, necesitaba concentrarme excesivamente. Después, poco a poco fue fluyendo, lo digería mejor que la publicidad de los autobuses y de los coches con bocinas parlantes. Hasta llegar a sentir que todas sus frases venían de mí, o que yo era uno de sus personajes.
Asi que me decían que estaba ausente. Que se me olvidaba todo. Era incapaz de retener datos. Algo me dolía. No sé el que. Sentía que mi cuerpo y mi cabeza eran una nube de gas con letras flotando por todos lados. Intenté explicarlo, a uno o dos. No me entendieron y no porque no quisieran, es que no hay forma de explicar " Siento que soy un gas dolorido relleno de frases flotantes". Dolía y no. Tampoco era uno de estos dolores que te hacen llorar, no ardía, sólo estaba presente. Como un fantasma que está dentro de ti todo el tiempo. No me daba miedo, si es que en el fondo me gustaba estar tan interesante. Antes de llegar a casa me metía en el bar de enfrente. Hablaba con los camareros, un par de borrachos que a las diez de la noche, después de seis horas trabajando,ya no sabían lo que servían y menos lo que cobraban. Fue un miércoles. En la barra los dos camareros y sentada riéndose, una chica simplemente bonita. Me senté con ella. "Bueno es la primera vez que no soy la única mujer frente a éstos dos" , le dije, "así que tú eres la famosa de los martes y jueves" contestó. Empezamos a hablar. Yo había oído que miercoles y viernes una chica de mi edad tenía la misma costumbre que yo; ir a las diez menos cuarto al LASTIMAS y beberse tres baylis con hielos. La primera vez que me lo contaron no lo creía, pensé que era una broma de los meseros. Hasta que hablando y hablando me di cuenta que no era un personaje imaginario.
La chica era simpática, no muy inteligente pero era rarita. A mi en general me gusta lo raro. Aunque nunca me han gustado las chicas, vamos sexualmente hablando. Pero ésta chica... no sé. Las palabras de Bernhard en mi mente, a veces en mi boca y ya no sabía yo si eran mias o de él. Empezó a contarme que ella solía hacer tríos. Ese tipo de conversaciones las he tenido miles de veces pero, la forma de contarlo de ella, era distinta. Dejé de pedir Bailys y me pedí un Ron Santa Teresa con coca cola. la agudez de los sentidos cuando anochece. Escuché esa y otras mil frases más mientras el calor del alcohol me bajaba a las piernas y subía hasta mi pubis. Ella seguía contándome sus historias. La del andaluz era la más fuerte, y yo notaba como me crecían los labios. Arránca la copa,fue un instante, le quité el anís de la mano. (ella también había dejado el Bailys) y bésala. Me acerqué por su pierna, fue un beso largo, primero tierno, un beso con la ternura de los miedosos, de los adolescentes que pegan sus bocas por primera vez, pero ella puso su mano en mi entre pierna y el miedo y la ternura desaparecieron. Me encontré besándola como si fuese la última vez que iba a besar, me sentía desesperada, quería arrancarle la boca y la blusa y las pestañas de un tirón. "vamonos a casa" le dije cuando me estrelló con la pared, ella asintió y se adelantó a pedir el taxi. Fui a buscar mi bolso y a pagar, cuando salí estaba en el taxi con uno de los camareros. Supuse que ahi terminaba la historia y cuando iba a dar media vuelta, salió del taxi me sujetó por la cintura y me arrastró a la parte trasera del coche. Me besó, otra vez apasionadamente, y volvió a besarlo a él. Yo no supe reaccionar y recosté la cabeza en la ventanilla. El ron SAnta Teresa no suele caerme bien. Entonces ella mientras lo besaba comenzó a acariciarme y yo comencé a besar, no sé a quien, pero de uno fui a otro.
Al siguiente día desperte con Bella a mi lado, me miraba ponerme el sujetador y se reía de mi torpeza. "Nunca me había acostado con una Bernhardiana", yo tampoco, pensé. Y me salí repitiendo frases inconexas a comprar leche para el café. Olvidé ponerme la blusa.