viernes, 23 de mayo de 2008

el amor de la margarita y el espárrago ( h. al libro azul)


Yo te amo porque todo el universo conspiró para que yo llegara hasta ti.
Paulo Cohelo.
Amanecí, una mañana, con unas ganas inmensas de despertar a tu lado. De asaltar tu sueño sigilosamente a besos y succionarte. De recorrer tu tallo con mis pétalos, de mezclar tu aroma con el mío y ya no ser verde y blanco. Ser esmeralda.
Me perdí tratando de dejar de escucharte así tus palabras se mimeografiaron en mi espalda y en las plantas de mis pies. Mis hojas, como manos reaccionan sólo cuando estás cerca. A veces la tierra que sujeta mis raíces me pesa, por eso mis pétalos intentan volar hacía ti. Pero las raíces se endurecen y me duele el tronco, mi tallo que aunque más delicado que el tuyo parece más fuerte, aún parece, tal vez me equivoco. Soy blanca porque no nací violeta pero pude haber sido girasol antes de purificarme.
Nací espárrago por no haber sido avestruz. Mi madre siempre dijo que los espárragos estaban más cercanos a las jirafas de lo que todos se pensaban. Yo siempre lo dudé. Las ciruelas están cerca de las jirafas, las alcachofas de los hipopótamos, pero los espárragos siempre somos más del huerto y de los gusanos. Hasta que apareciste tú, vagabunda, dueña y señora del huerto donde no hay más como tú. Fue una pata de mariposa, que al caerse llegó hasta a ti, seguro queriendo dejar un trozo de su vida que ahora era muerte reposarse en el polen de tu cuerpo. Entonces el pétalo más pequeño de tus protectores me guiñó. Fue un saludo casi tan coqueto como la luz que se posaba en tu perfil. Pequeña y sola, sobresalías por tu sencillez y la fragilidad de tus encantos.
Soñé que te caías en mi, ¿o era conmigo? No tenías pies, como ninguno de los nuestros, pero te dolían y a mi me dolía tu dolor sin que fuera mío, o quizá ya era mío, aunque tú no eras mía.
Me pides que tenga cuidado cuando te miro. Que quizá las coles no pueden pillar y los apios nos asesinen mientras durmamos. No puedo dejar de mirarte, porque aquella mañana que lo hice sentí que mis extremidades se secaban si mi permiso y me dolía lo que sea que llevamos dentro. Ya sé que no sabes llegar hasta mi, ya sé que los metros entre tú y yo son montañas para los de tu clase. Para las de la mía también, pero ya es sabido que nosotras siempre permanecemos esperándo a que nos roben. Yo no quise nacer aqui. Me confundí de camino siendo una semilla y el viento me trajo aqui una madrugada, como estaba cansada reposé. Y mira ahora. No me iré hasta que marchite, que falta poco, más tiempo mientras estés tú y el rosal que te acaricia cuando no te das cuenta. No duermo por las noches, suelo quedarme mirando cómo te pierdes en tus sueños, que casi siempre son conmigo y lo sé, aunque las estrellas, envidiosas, digan que sueñas con ellas. Yo sé que es conmigo, lo sé por como te dobla el viento nocturno hacia mi y yo casi te alcanzo. Casi te alcanzo mientras duermes. Suena triste. Pero tú eres todo menos triste. Y yo soy todo menos no-tuya. Aqui no hay ninguna de las mías, casi todos son de los tuyos y de las tuyas. Dicen las lechugas que alguna vez hubo otras como yo pero que casi siempre se las robaban los niños. Ahora no hay niños, por eso sigo aqui y tú no has sido llevado por el viejo porque aunque nadie diga nada hay un cordón que nos une.
Sé que apareciste porque yo iba a morir, y alguien, tu dices que el viento y tus equivocaciones, te tiró en la misma cuadra que a mi. Dices que estas sola pero eres la que más sonrisas recibes por la mañana, eres la favorita del sol y la mía. Y sigo vivo porque estás aqui porque sin tí habría muerto y nadie, más que mi madre, lo hubiera notado. No digas que no, mentirosa. Seguiré vivo hasta que te marchites y si no te marchitas es por ese cordón rosa que dices nos une.