martes, 25 de septiembre de 2007

- Intentaste mirarme. Como si yo hubiera hablado contigo. Siempre obviando mis deseos. Yo no te necesitaba. Tú creías lo contrario.
- Siempre me necesitaste. Seguramente ahora no. No negarás que yo influí en tu conversión.
- Mi conversión, mi conversión. No sé quién esté peor. Tú o mi madre. La única conversión que he tenido desde los doce fue cuando descubrí que la iglesia era una mentira. De ahí que ahora sea mejor persona. ( según ustedes) nada tiene que ver.
- Dilo como se te antoje. Siempre seré el punto rojo en tu vida. Aunque quieras no me olvidas.
- Eso ya lo sé. Cómo carajos voy a hacerlo si todavía sueño con la anchura de tus labios.
-No me importa. .
- Estoy cansado de tus juguetes y los diábolos retorcidos. Soy adicto a ellos. Al color de tus gafas y a los cabellos que dejabas en la piscina, caliente.
- Y me dabas lástima. ¿sabías? "pobrecito tan malhumorado, pobre de su madre". Después tan grandote y pesado. Sólo hablaba contigo para presumir mi tolerancia.
-¿ Porqué te enamoraste?
- Eras naranja. Siempre me han gustado los colores terra.
- Fanática de los atardeceres.
- Y de los plátanos helados con chocolate. Pasábamos toda la tarde derritiendo el chocolate para después congelarlo.
- ¿ Tenías que hacerlo?
- Tuve miedo. Lo siento. Todo sería diferente.
- Sin la seguridad de que sería mejor.
- Un rait en la noche.
- Ahora lo entiendo. ¿Son bolados no? Creí que siempre te necesitaría.
- Todavía lo crees. Ya no es así. No quieres aceptarlo.
- Tengo lo que decías que necesitaba.
- Ya lo sé. NO te lo dí yo. Amargo en las vocales.

Ella sigue caminando hacia su atardecer. Naranja. Él regresa al azul metálico tras decorados de papel. Ella lleva una muñequita con alas aferrada en la mano. Le va susurrando algo al oído. Él lleva un cenicero. Nunca ha fumado.

El águila divide sus alas.

lunes, 24 de septiembre de 2007

6/6

Asi que cuatro años separados. Fundí las dimensiones del espacio con migomisma. Yo pared, yo techo, yo suelo, yo puerta. Yo ventana sin salida. El recuerdo constante de la no-escapatoria. La ventana que me atormentaba con la imposibilidad de derrocar al enemigo. Sueños elimidados con electroshocks y golpes en la regadera. Tus letras como único motor. Un motor decaído y abandonado que irónicamente en algún lugar funcionaba. A veces sólo por instantes.

Curioso que durante los primero dos años tú fueras mi único recuerdo. Quizá por haber sido el último y así... tan... agresivo. El sabor a chips chipotle recurría mis sueños y las comisuras de los labios amanecían saladas. Soñaba con tu casera y tu comida corrida. Tu cabello despeinado. Tus cartas me confesaban las improdencias de tu casera. Lloré cuando escribiste que tu compañero de celda se suicidó. No sé por qué. Nunca lo conocí y tú lo odiabas, pero yo lloré.

Con el tiempo mis recuerdos se remontaban a mi infancia. A mi madre con el vestido rojo intentando hablar francés, frente al espejo, pensando en su pasado. Al olor de las manos de mi abuelo. Siempre caballos. Te recordaba los lunes a las cuatro y media. Hora del correo. Y los dosientos ocho viernes de interrogatorio. Dije "república" tantas veces que llegué a perderle el sentido, si es que algún día lo tuve.

Supuse que habías salido después de tres semanas de silencio. Volví a escucharte, cuando la muerte de tu padre. Regresaste a tu pueblo. Ahí estarías. Olvidándote de las fantasías revolucionarias. Yo también las olvidé.
El tercer año me marchité. Sabía muy poco de ti. De cualquiera. El tiempo y espacio neblina densa entre las sábanas. Ya sin recordar. Sólo vueltas a la mancha de húmedad en el extremo derecho de la puerta. Hasta llegar al cuarto año. Supe que todo había acabado. Aunque el mundo seguía siendo el mismo. Guerras, robos, incongruencias y corrupción. Ahora me producía gracia mi idealismo a los veinte.

Entonces un veinte de octubre. Las llaves del guarda cantaron distinto. Salí semi rota, semi yo. Casi otra. En la puerta mis aretes y un vaso de jamaica. Me pareció extraño. Salí andando. A las dos calles sentí que caía. El sol había dejado de parecerme normal y ahora me torturaba. Entré a la primer tiendita, tal vez una cocacola. Claro que sin blanca sería difícil. Podría explicarle al dueño mi historia.

Me acerqué a las papas. Sólo sabritas. Una mano en mi nuca. Olor a gasolina perfumada y agua de jamaica.
- Chips chipotle?