miércoles, 27 de julio de 2011

La casa del lago

Un día más en todo menos en donde debería estar. Intentando buscar algo nuevo y sin poder pararme a hacerlo. Volver, volver, volver. Casi como la canción.
Pesaban las llaves en mi bolso. Después de tanto tiempo, ahora, esperándome. Me regalaron un llavero de la torre eiffel y lo primero que hice fue amarrar esas cuatro posibilidades. Así era el pasado y el futuro.
Desde que supe que el viejo continente no estará tan lejos en un futuro no dejo de pensar en que volveré, volví para irme y cuando me vaya no regresaré. Otra vez las uves sin parar.
Me ahogaba de una masa inexistente que entró en mi cabeza para Volver cualquier pensamiento en neblina, de esas que están pero no las ves. Sin saber qué era. El reencuentro de ese amor, ese que casi me volvió escarabajo patas arriba. Ese amor que me dejó llorando los viernes y difuminadas mis orientaciones sexuales. Pero no era eso, no podía ser eso. El reencuentro fue el mejor fin de ciclo. Un reencuentro de los grandes, de los que suenan mariachis en el aeropuerto mientras una boca lanza un beso y una mano hace señas de "viva el rock" De esos reencuentros despedidas que a mi me gustan, con los que sueño. Eso me hizo dormir pero no angustiarme. Después, cada mañana más angustia, una de esas que ni la mota del amigo matero de Coyoacán estaba ayudando. Pero la angustia se disolvía en huevos en cazuela de la abuela o tardes de la niñita de un año y medio, quizá con los mariscos del que escribía, una vez. Un poco con la visita de la rubia de París. Hasta que llegaba la mañana. Cogía el bolso y otra vez el peso. El no ruido que sí sonaba.
Hasta el café por la noche. Hasta que la actriz-psicóloga del cabello recién trazado descubrió su peso en mi bolso. Tras un largo te chai endulzado con lágrimas decidí dormir para sacarlas.
Me encontré por la mañana en espera de la 66 como tantas veces cuando era lavaplatos y estudiaba creación.
Mi trayecto- lectura con Amy Tan fue tranquilo. Embriagada en una China olvidada y olvidadiza. Al bajarme en mi parada lo primero fue una risa nerviosa, de esas que suenan a agua atorada entre la sien y la nariz. Pensé en uno y en las ganas que dijo que tenía de acompañarme a Volver. Entré a la privada buscando la marca de gansito que incrusté a los siete con el mejor vecino que una niña de siete pueda pedir. Sabía que era después de la coladera que nos aterraba cuando pasábamos en la bici a toda velocidad. No la encontré.
La fachada, sí, seca. Semi derrumbada. las plantas que siguen vivas invadieron los escalones y las que no el suelo entero. Entré por la puerta de servicio. Y con no más que una gran sonrisa vi que la nevera sigue siendo la más grande que tendré. Giré y la cocina, mi cocina, la cocina en la que canté Gloria Trevi desde los cinco. En la que encerramos a los ratones, y al gato y al tlacoache cubierta de polvo, pero estaba ahi. Hermosa y enorme. El comedor uno, luego el dos, las sillas en las que nos sentabamos los ocho, luego los diez y así hasta que fuimos diesiocho estában roídas. La habitación de los papás, la que cerraban con seguro los domingos a las siete ahora está en negros y llena de unos muebles que nunca estuvieron ahí.
Subí las escaleras agarrando la cuerda de mecate que tantas astillas me dejó cuando bajaba corriendo a contestar un teléfono de adolescentes. La sala quedó con una pequeña mesa, ya sin nuestros escritorios, los que pusieron para hacer tareas que sólo hizo la pequeña mientras yo me aprendía de memoria las telenovelas.
Mi habitación, ahora azúl con grafitis plateados me pareció mucho más pequeña y la de los hermanos bailarines y borrachos siguió con su mismo tamaño.
Ahora a la terraza, la terraza en la que no perdí la virginidad pero sí la ropa debajo de un cobertor blanco de plumas que nos tapaba de los mosquitos. En la que alguien me tocó mientras el otro contaba historias sobre supuestas hadas y dragones que saldrían del lago.
Miré por encima la caba a la que mi hermano me metía entre las rejas para sacarle cervezas a escondidas de papá. cuando era, aún más pequeña y más ágil. Mi árbol de limones totalmente seco. arranque un limón bebé, ya muerto y lo adopté en mi mano. Para despedirlo. Un poco más abajo el bar dónde la hermana pequeña se emborrachó hasta llorar y alguna amiga confesó sus tendencias sexuales. Ahí me senté. Pensando en el que se confundia con mapache y en la que nunca conoció mi infancia. Protegiendo los pensamientos que venían detrás. Así subí a la piedra, a la plana en la que jugaba a las muñecas con la hermana. En la que más tarde leí, y más tarde escribí. En la que lloraba cuando me enojaba con los grandes. En la que la otra hermana lloraba. Ahí rompí en llanto. Mi piedra plana, ahora cubierta de hierbas. La abracé cuando recordé que la hermana muerta se asustó al verme ahí y me mandó a leer a otro lugar más cómodo. Me quedé abrazada sobre mi piedra un buen rato. Abrazándola a ella como si así lo hiciera con toda la casa. Hasta que vi el capullo de una oruga que será mariposa. Casí me dormí. ¿dormía?

Subí a la piscina, a la que vuela al lago. Ahi saqué mi diario y a escribir. A sacarlo y a contarme. Me quité la ropa por aquello del calor y de la libertad. Esta vez no importaron los vecinos. Volví a llorar al ver el lago y pensar que la última vez que estuve ahí, llorando, era porque ella murió. Ahora me abre la puerta con una corriente de viento.
El sol enrojeció mi espalda y me fui al nuevo césped. Al que es de plástico, ahí segui escribiendo. Hasta que, algo, no se qué, me dio frío y me guardé en la sala, en la de la chimenea de las navidades con los vestidos de terciopelo azul. Conecto el Mp5 busco una banda sonora y casual y aparece la de Petter Pan. A esto lo llamo perfección. Unos minutos más y Crónicas de Narnia. Así me quedo dormida. Sin registrar a los patos ni el canto de las golondrinas a las que Mamá les cantaba al despertar.
Creo que recuperé un poco la voz. A ver si mañana hay menos angustia. A ver si era eso y no algo más. A ver si mi piedra sirvió de algo.

lunes, 25 de julio de 2011

sin un rojo cámara

¿Viste que nuestros pasos estaban en sepia mientras el rojo de mi blusa hacía reflejo con una de tantas cúpulas de las que aqui habitan?
¿Notaste que el azul del cineteatro esta esperándo a que alguien lo convierta en marrón?
Las hortensias nunca se fijan porqué les va cambiando el color. Ni quién hace su transicion en prismasol. Será que las hortensias piensan en otra cosa. Como en la muerte de Amy Winehouse. ¿Quién será ahora el ídolo de los falsos suicidas y las chicas de los peinados hasta el occidente?

Hoy mi voz no funcionaba y tuve que tirar de garganta. Mi voz siempre está haciéndome jugarretas. No quiere salir a pelear cuando yo la mando y se esconde tras unas cuerdas vocales cansadas de decir verdades. Tal vez deba empezar a mentir. Las golondrinas serían más compasivas con mis notas altas.
Se habla del teatro que no es teatro desde un asiento que no es teatral y una mirada que hace mucho no acoge un escenario. Acogerá su sonrisa y los caireles de rizitos de oro peliroja.

También voy a decir que las orquestas pueden tocar Lady Gaga y los asistentes aplauden emocionados en un jardín Guerrero que antes era de políticos, luego de jazzeros.
No siempre se puede entender lo que te esta pasando. Sobretodo cuando la angustia bloquea las arterias.