jueves, 13 de septiembre de 2007

¿ donde quedó?

Enmudecí. Lentamente cerré los oídos. Sentí mis lágrimas correr por la garganta, mientras mis ojos seguían secos. Mis lágrimas que a medida que iban avanzando oscurecían. Un líquido espeso y negro se adentraba se apoderaba de mi cuello, hasta llegar al estómago. La boca del estómago. Él seguía hablando. Yo ya sabía que tarde o temprano lo haría. Por eso me recosté. Pensando que estaba, ya, muy lejos. Que no podía escribir y que las piernas me pesaban para regresar a casa.

El líquido en masa. Pesado en el estómago. Mi energía, a colores, se fue desprendiendo. Buscando el inframundo, supongo. Pobre y desdichada. Las rosas desilachándose en violetas. Por eso dormí. Pensando que tal vez Alfonsina iba a regresar, me llevaría. Probar el mar de cerca. Ahogarme.

Alucinaba. Nunca vino. Desperté sin haber dormido. No había enfado. Desgana. Se regenera fibrosamente. Aunque sea por un poco de colorete. Se olvida el dolor a base de cocas lights y lecturas afrodisiacas. El placer de creerte un personaje. Dos horas. De ida y vuelta.

A veces tiemblan las neuronas

martes, 11 de septiembre de 2007

2/6 (3 acá)

La verdad es que siempre me diste risa. Te veía ir y venir desde el localito de comida corrida a tu pensión. Siempre despeinado y con algún libro conocido en mano. Yo, como buena recién llegada a la ciudad, después de encontrar habitación, me sentaba en el quiosco a leer. Esperando que acabaran las últimas semanas de verano y empezara a estudiar. Me asustaba el mounstruo urbano y ese quiosco frente a tu comida corrida ( primer plato, segundo y postre a 30 pesos) era lo más cercano a mi pueblo. Seguro que ahí no me perdería.
La universidad comenzó. El autobús me dejaba a las tres en la plazita, hora en la que tú te sentabas a comer. Dos horas en el quiosco con mi sandwich de pollo con frijoles como única compañía. Ahí a quince metros tú con tu libro y tu vasito de agua de jamaica. Totalmente ausente de mi presencia.
Las tardes se me hacían eternas en la nueva ciudad. Al principio sólo te veía comer y cuando te marchabas yo hacía lo mismo. Después de unas semanas de ocio en aquella habitación de 3x3 decidí seguirte. Fue el panfleto que llevabas en la mano y mirabas durante toda tu comida. Me pidió a gritos leerlo y fui tras de ti.
Llegaste a una manifestación. Yo detrás. Escuché los discursos de cada uno de aquellos republicanos. Así dos veces por semana hasta que me integré en el grupo. Sin dirigirte la palabra y haciéndome amiga de todos los demás. Comencé a tener ocupaciones, amigos, algún círculo que llenaba vacíos temporales. Tu indiferencia, causó la mía.
Gritaba ¡viva la república! por el simple placer de la palabra república. Una palabra completa, vibrante. Un sonido que se graba en los oídos y golpeaba mi pecho.
Me cambié de habitación, dejé de verte en tu comida corrida y ya pocas veces me cruzaba contigo en las reuniones repúblicanas. Los demás amigos acaparaban mi atención y fui olvidando porqué había llegado allí.

Sin saber que después nos reiríamos de que ningúno de los dos entendía el significado de, en ese entonces, mi palabra favorita "republicano".