domingo, 20 de abril de 2014

pertenezco a una generación a la que me siento totalmente agena


Pertenezco a una generación a la que me siento totalmente ajena
Hola, soy María José, así sin apellidos para no entrar en otro tipo de detalles. Nací en una provincia mexicana, no hace falta especificar… todas las provincias mexicanas tienden a lo mismo en mayor o menor grado. He vivido en más de 4 ciudades distintas dentro y fuera de México. Tengo 29 años y me siento totalmente ajena a mi generación... ah, soy actriz…no se si eso cuente de algo.
Después de una buena temporada de bodas, muy común en el círculo social al que pertenezco, decidí tomarme unos días y venirme a la playa a “desconectar”, leer y escribir.
Querido lector, no quiero que incurras en la errónea idea de que las bodas me molestan en algún grado. Todo lo contrario. Soy una gran fanática de dicho evento. Una boda para mi es ir a un magno evento en el que Me voy a peinar y maquillar como las estrellas de cine y televisión, no sólo yo, veré desfilar a todas mis amig@s de la infancia (a l@s que si no fuera por estos eventos nunca coincidiría) también vestidos como para una entrega de óscares, o una red carpet. Lo cual, desde mi condición de actriz de teatro independiente, es lo más cerca que llegaré de estar en una celebración del calibre. Bueno, eso, que vamos a ir todos muy hermosísimos, con la pestaña postiza, las extensiones naturales, la uña de acrílico o de gel, el vestido largo y el buen taconazo. Voy a comer y a beber como si fuera dicha actriz que gana algún premio (aunque sea el Ariel) comidas y bebidas que en mi vida diaria serían inalcanzables, qué digo inalcanzables, impensables ¿crema de pato al suflé? No se si eso exista pero a mi así me suenan todos esos platillos. Voy a bailar los grandes éxitos mexicanos de los 80s 90s y más sin sentirme culpable por dicho placer. Voy a tener pretexto perfecto para tirarme al suelo en la rola de Shania Twain y revolcarme porla pista, porque en las bodas todo se vale. Bailaré con mis viejas amigas de la escuela de monjas todas las coreografías que, ridículamente, nos aprendimos durante 12 años.
Más allá de toda frivolidad, es asistir a un ritual en el que dos personas depositan todas sus esperanzas de vida. Acto que me parece cien por cien kamikaze y admiro. Declarar públicamente fidelidad eterna a alguien más, amor eterno, confianza eterna. Y todo lo eterno… no importa si muchos mienten, si lo hacen por otras razones, si no saben lo que dicen, para mi sigue siendo un acto de valientes. Ver cómo un ser al que quieres, ya sea tu amigo, tu amiga, tu primo o de quien sea que sea la boda, llega al punto de su vida con el que siempre soñó, y que en ese justo instante esta siendo como lo planeó durante tanto tiempo, son cosas que a mi siempre me hacen llorar. Quizá por que en la vida del artista nada es cien por ciento certero, por que la única certeza de la que vivimos los actores es con la de el aquí y el ahora, o sea, todo puede cambiar en un instante y de eso nos alimentamos.
El vals, por ejemplo, me emociona a niveles casi ridículos, más allá de cuando los novios defienden sus rarísimos gustos musicales como pareja, el momento en el que bailan con sus respectivos padres . He de aclarar al lector que las parejas del círculo que vengo suelen dejar su casa hasta el matrimonio, una de cada 18 novias ha vivido con su pareja antes. No voy a clavarme en mi opinión al respecto, bastará con decir que viví en Madrid 5 años y estudié actuación. Lo que me emociona es ese momento en que padres y madres dejan ir a sus hijos, lo que les cuesta, la dualidad entre la felicidad por el hecho de que su pequeñoa haya encontrado el amor y el miedo de dejarlo ir. No se, yo salí de mi casa hace 9 años y no precisamente porque necesitara salir de allí, era más mi necesidad de conocer algo más. Y veo extremadamente lejano, si el lector conoce a mi papá entenderá por qué, el momento en el que mi adorado, dicharachero, alburero y hermético papá me lleve al altar o al vals con los ojos llenos de lágrimas y yo esté temblando de miedo de alejarme de su protección. Así que ese momento de desprendimiento filial siempre me causa interminables divagaciones.
Total, así me pongo en las bodas, más allá de bailar, cantar hasta quedarme disfónica, echar shots con todos los esposos de mis amigas y revolcarme por la pista, siempre hay un doble pensamiento habitandome. La última boda a la que fui, por ejemplo, los novios tuvieron el bonito detalle de ofrecernos globos aerostáticos que, en equipos de 4, teníamos que encender y hacer volar. Mientras encendía el mío, comencé a pensar que los globos eran como el amor. Ahí estamos todos encendiéndolo, cuidándolo, que no se tuerza, que no se lastime y cuando lo hacemos, por fin volar, lo vemos encendido en lo alto y todos aplaudimos y nos ilusionamos con su belleza. Ninguno nos cuestionamos cuál será su paradero final, evadiendo que tarde o temprano o se consumirá a si mismo o caerá en un terreno baldío y posiblemente incendie lo que hay alrededor. En dichas elucubraciones me encontraba cuando Canape, mi mejor amiga, me miró a los ojos fijamente y me dijo “wey ¿ya tan rápido vas a empezar a netear?” Acto seguido mi globo me dio una tremenda quemada en la muñeca y dejé de pensar para pasarme el resto de la noche echándome baba en la mano. ¿qué? Mi abuela siempre dice que es curativa.
3 bodas en menos de un mes y medio. Decidí inmediatamente salir a la playa. Una vez tuve 3 bodas en una semana y el resultado fueron 3 días de fiebre y pérdida del conocimiento. Me vine a las costas de Oaxaca y tomé de cómplice a mi hermana pequeña. Yo quería leer y escribir y que ella conociera el sur. Además es la mejor compañera cuando uno quiere silencio. Cada vez que le expongo mis conflictos internos, me mira con esos ojitos suyos de exmonja , como mitad extrayéndome el alma, mitad perdonándome mis pecados y asiente con mucho cuidado de no darme un consejo, dice que es mejor sólo escuchar.
Llegar a Oaxaca ha sido una travesía 5 horas para llegar a Puebla, el camión a Oaxaca estaba lleno así que esperamos 7 horas en la estación de autobuses, de 1am a 7am, congeladas, escondidas en el piso de una salita de espera, acostadas sobre una camita que hicimos con nuestra ropa. A las 7 am salimos a Oaxaca, nunca había deseado tanto meterme en un ADO .Puebla- Oaxaca 5 horas. Después de comer mole en el mercado, visitar Sto Domingo, escuchar a un emo que nos hacía juegos de magia con una baraja de los Beatles (esta globalización… una ya no entiende nada), ver a la policía estatal tocar como orquesta en el quiosco, cenar en unos puestitos llamados Los agachados unas buenas tostadas semi tlayudas y un café de olla caimos, bien dicen ahí, como buenas reces en el hostal que la banda me recomendó por face.
Antes de dormir miré mi celular y encontré un whatsapp de un amigo en el que me decía que ojalá encontrara el amor en mi viaje y que ya desconectara. Antes de silenciar el aparato le dije “¿encontrar el amor en 4 días? Si ya deberían llamarme Tomasa” él pensó que por aquello de la canción de la negra Tomasa, yo me refería a Sto Tomás el incrédulo. Después de descansar, volvimos a emprender camino a las costas. 7 horas en una combie que cruzaba el estado. Haciendo este trayecto, mi hermana pequeña me tomó de la mano y así con su vocesita de ardilla y sus lentes de abuela cegatona me dijo “¿porqué escogiste ir a Chacahua?” Le contesté “por el silencio” Leímos, no se cómo, durante el trayecto, ella un viejo libro de la historia de México y yo una revista de arte oaxaqueño que encontré en el hostal, la cual me dejó mil veces más confundida y menos interesada de lo que ya estaba. Cuando llegamos a Puerto Escondido nos dijeron que teníamos que esperar hasta el siguiente día para encontrar una lancha que nos cruzara a Chacahua, no sabiendo si creerles o no (aquí todos le mienten al turista… y como nos vemos gueritas) decidimos pasar la noche ahí. No voy a contar todas las habitaciones que vimos basadas en nuestro presupuesto y las mentiras de los hoteleros. Bastará con decir que encontramos una sin aire acondicionado, con las toallas más sucias que he visto y con un señor que sólo se dirigía a mi pensando que mi hermana tenía algún tipo de retraso… lo que pueden causar unos lentes para una cultura que no sabe nada de lo hipster. Disfrutando las olas me cuestioné porqué no quedarme ya ahí, pero estaba obsesionada con el silencio de Chacahua y mi necesidad de escucharme.
Al siguiente día nos levantamos 7 am taxi a la central de camionetas, camioneta de 1 hr a Zapotalito, taxi colectivo de 15 min a la entrada de las lagunas, y 30 min en lancha atravesando los manglares para llegar a mi adorada bahía.
Vaya sopresa que me di al llegar. Resulta que Chacahua en temporada alta no es nada silenciosa. Me encontré con la playa atiborrada de seres con tatuajes, pelos de colores, expansiones, ula ulas. Altavoces enormes cada 6 metros con música electrónica (mi peor pesadilla) vamos, que llegué a un rave gigante. La gente fajándose en cada esquina, metiéndose cualquier cosa y pareciendo medianamente felices, medianamente libres, medianamente calientes… hasta mañana en la mañana que les llegue la cruda. Intento pasar desapercibida hasta que me encuentro a más de un conocido. Con lo cual, leer y escribir ha sido imposible. Encima que por fin llegó a mis manos Cien años de solead, y no considero mejor momento que este para leerlo (irónico que al volver me encontré con la muerte del autor). Miro a mi alrededor, veo a la gente hasta su madre (de lo que sea) haciendo fuertes rituales de apareamiento. Me meto a mi cabaña temprano para poder leer ahí. Error, a mi lado hay un grupo de jóvenes, esos de mi edad, con unas bocinas enormes y música ELECTRONICA a todo lo que da. Estoy a punto de salir y pedirles un poco de respeto (como buena señora provinciana que soy) pero miro mi compu a mi lado y descrubro que, irónicamente, este será el mejor momento para escribir. A las 3 am, encerrada en mi cabaña, sin aire, sin sábanas, sin luz, sin toalla, ardida como camarón a la diabla, con ELECTRONICA y gritos de borrachos de fondo y mi hermana al lado, no se cómo, roncando. Ahh el silencio de Chacahua…Seguramente este escenario hace 8 años me hubiera parecido fascinante, hubiera querido ser amiga de todos, saber sus profesiones, sus sueños, sus porqués. Hoy, lo único que me cruza es que no tengo nada que ver con esta gente, yo no quiero traer el pelo como leopardo, ni dilatarme la oreja hasta que parezca un aborigen, ni imprimirme en el cuerpo cualquier cosa que crea que me pueda definir más allá de lo que ya es mi cuerpo. Yo no quiero estar drogada todo el día agarrándome a cualquier pendejo que no sepa ni quien es Valle Inclán y que me hable 3 horas sobre no se qué dj que me vale 3 kilos de verga. Yo no quiero escuchar una música que me taladre el cerebro y que no me deje escuchar ni mis propios pensamientos.
Entonces pienso en mi pueblo y me doy cuenta que tampoco quiero una boda en La catedral. No quiero un vestido blanco que simbolice lo que ya no existe. No quiero un crédito para una casa en milenio tres y pasar todos mis domingos haciendo parrillada con mis amigos de la prepa. No quiero salir a pasear con mi suegra y mi cuñada por la nueva plaza del pueblo. No quiero salir en la página de sociales del periódico como asistente a todos los eventos del estado. Tampoco quiero arreglarme todos los fines para ir al antro, ponerme tacones, alaciarme el pelo, maquillarme como Bratz y soportar a los 3 gordos solteros del pueblo, que seguro, me van a invitar toda la peda. A los cuales, x cierto, conocí en greender, tinder , o como se llame la mierda esa de aplicación donde buscas pareja (aunq digan q es para conocer más gente). Y terminar saliendo con un mirey cualquiera que sólo piense en que llegue el fin de semana para taparse y ver el partido.
Caigo en la cuenta de que no vivo allí y me traslado a la vida de los solteros de mi edad en el D.F, que es donde vivo y no quiero aprenderme de memoria todos los baresitos de la Roma y la Condesa, probar cada uno de los nuevos gins que traen en carritos con sus frutas exóticas, no quiero ir a eventos super fashion de BlackBerry, Iphone, Tommy, Jagger, o whatever marca de toda la vida. No quiero estar en todas esas galerías de D.f donde la gente más que vestida parece disfrazada y termina igual o peor que estos aborígenes raveros que están bailando atrás de mi. No quiero salir con un hipster intelectualoide que me hable la mitad de las palabras en inglés y me mencione bandas que en mi puta vida he escuchado y yo tenga q fingir q claro, que tener viniles es lo más genuino del universo y que tiene todo el sentido gastarte tu quincena en eso.
Bueno, pienso, siempre tengo mi círculo de artistas pero; no, tampoco quiero volver a la escuela de escritores, de dramaturgos, de teatreros, en la que los intelectuales se la pasan presumiendo a ver quién ha leído más, quién es más raro, quien conoce a no se quién que es un cabrón de blablablá. A quién se le ha ocurrido la novela más chingona que nunca escribirá y que por eso es tan chingona. Y da igual si son teatreros que hablen de directores de casting o escritores que hablen sobre poetas. Ninguno esta escribiendo ni actuando. Hablar con un wey, o una vieja en su determinado caso que se quede mirando al horizonte en silencio, a media conversación y que cuando le pregunte qué le pasa me diga “nada, locuras mías”.
Me planteo a mi misma la posibilidad de vilver a mi etapa lesbica. Y sólo de recordar la cantidad de pedos entre mujeres, los dramas, el llanto, los celos, me dan arcadas. No no quiero pasarme la vida en manifestaciones feministas, raparme el pelo de un costado, crucificar el maquillaje y los tacones por siempre. Ya fue. Ya no hay más que descubrir allí.
Así que nada. Ya que miento madres al universo, vuelvo a intentar dormir. Y por la mañana me voy a reconciliar con el mar. Ya que, gracias al señor, se fue la luz en toda la bahía y nadie puede poner su música infernal. Y cuando estoy ahí, mirando el ir y venir de las olas, me es inevitable volver a mis raíces católicas, de escuela de monjas, del coro de la iglesia y escuchar este fragmente de una de las canciones que canté durante 6 años: “solo en el puerto, de la verdad, veo mi vida meciendose en el mar, es una barca que no viene ni va, mis esperanzas son velas sin hinchar”. Y cobra todo el sentido que en 6 años de primera voz del coro no había encontrado.
No, no se confunda el lector, una no anda perdida. Estoy perfectamente cómoda con la vida que estoy teniendo en la capital. Me levanto todas las mañanas a hacer pole o pilates a las 7 am, doy clases en 3 diferentes escuelas y me descubro fascinada ante la docencia, estoy dirigiendo 3 obras, actuando en 2 y mi vida profesional está yendo como nunca imaginé de bien. Todas estas elucubraciones sugen cuando vuelves al pueblo para alguna boda (cada 15 días) y los amigos dicen, siempre irónicamente : “y tú para cuando?”
Hola, soy María José, tengo 29 años, soy de provincia mexicana, he vivido en varias ciudades, he vivido muchos de mis yos, he vivido… y pertenezco a una generación a la que me siento totalmente ajena.