miércoles, 16 de abril de 2008

ratoneando (h. al.l azul)


No tengas prisa,
estás empezando un largo camino,
sólo empezando.
William Leyton.
Otra vez, en la más voluble de las ciudades. La ciudad de la incongruencia. Dónde tomar una decisión sobre si llevar chaqueta o no ( o gabardina) puede llevarte más de una hora. Y te la pones, te la quitas, hasta que parezca una canción de The sacados. Se vuelve de tarde, tarde de cuando las señoras salen a jugar bingo y los señores van por sus vermouths de grifo a sus parroquias. Hay dos en un jardín, pasa algún perro, alglún beso, uno que otro desempleado que ha ido de compras. Risas, historias, tragicomedias que salen de sus bocas en la voz de otros. Se vuelve más tarde y el cielo comienza a cerrar sus puertas para los seres de luz. Sus puertas, espesas se cierran. Aquellos se levantan para huír del castigo boreal de abril. Demasiado tarde. Los dioses ya han comenzado la hora de los lamentos las espesas puertas se vuelven incapaces de contener la tempestad. Cae sobre ellos dos. Desamparados, sin paragüas, sin gabardina, sin escaleras y una mochila. Aparece un amparo, que en otras ocasiones sirve para esperar autobuses. Se refugian, a la espera de la nada. Los dioses lloran cada vez más fuertes y los dos inmunes bajo una parada de autobus se abrazan, y una va creciendo, o se eleva. Se vuelve más y más grande. Sin volar, elevándose sin volar. A ratos llega el subtexto a asesinar, pero la tempestad es tan fuerte que esta tarde no se escuchan los subtextos, únicamente hay contextos, lluvia y una pareja debajo de una parada de autobus olvidada del peligro.Después la puerta de un colegio y el olvido al repele hacia los gatos.

lunes, 14 de abril de 2008

de noche (h. al l. azul)


La suerte sólo llama a la puerta de la mente preparada.
Alexander Fleming.
Se le hizo de noche, pero la luz de las farolas aún alumbraban su libro y sus audífonos de mujer aerodinámica. La saludaron desde el suelo. La loza de la acera. Ahí estaba su amiga, de nuevo, su aliada abandonada, la compañera de la noche y del día y de las manecillas bailarinas de un reloj pasado. Se miraron, sonrieron. Cerró el libro. Subió el volúmen del ipod. La música sonó en la carretera, en la estación de trenes y en los restaurantes de comida rápida que las veían pasar.
Brillaron las amapolas y despegó en un salto de energía que devolvía las ganas de reírse a carcajadas. De sentirse resorte de tejados. Galaxia de luciérnagas de colores. Bailaron juntas, otra vez. Se dieron la mano. Del paso doble al cha,cha,cha. Un semáforo, dos, y en el cuarto arrojaron sus cabellos de sirenas a las ventanas de las casas apagadas. Eran una y eran dos. Los niños salieron de sus casas. A verlas pasar. Robaron los cantos de cuna y las canciones matinales de los colegios infantiles. Dibujaron violetas en las puertas y devolvieron cantos de luna a la primavera. Encendieron de mariposas la ciudad entera. Despegaron en trampolines interminables al planeta más lejano.