lunes, 14 de abril de 2008

de noche (h. al l. azul)


La suerte sólo llama a la puerta de la mente preparada.
Alexander Fleming.
Se le hizo de noche, pero la luz de las farolas aún alumbraban su libro y sus audífonos de mujer aerodinámica. La saludaron desde el suelo. La loza de la acera. Ahí estaba su amiga, de nuevo, su aliada abandonada, la compañera de la noche y del día y de las manecillas bailarinas de un reloj pasado. Se miraron, sonrieron. Cerró el libro. Subió el volúmen del ipod. La música sonó en la carretera, en la estación de trenes y en los restaurantes de comida rápida que las veían pasar.
Brillaron las amapolas y despegó en un salto de energía que devolvía las ganas de reírse a carcajadas. De sentirse resorte de tejados. Galaxia de luciérnagas de colores. Bailaron juntas, otra vez. Se dieron la mano. Del paso doble al cha,cha,cha. Un semáforo, dos, y en el cuarto arrojaron sus cabellos de sirenas a las ventanas de las casas apagadas. Eran una y eran dos. Los niños salieron de sus casas. A verlas pasar. Robaron los cantos de cuna y las canciones matinales de los colegios infantiles. Dibujaron violetas en las puertas y devolvieron cantos de luna a la primavera. Encendieron de mariposas la ciudad entera. Despegaron en trampolines interminables al planeta más lejano.

1 comentario:

Unknown dijo...

Del pedestal al suelo...y del suelo, al cielo de un salto.