jueves, 29 de marzo de 2012

Ser mujer

Dejarme ser mujer.
Empezaría por permitir que me digan Mujer y no enojarme, no sentir que es un adjetivo descalificativo.
Soñar, de nuevo, con un supuesto príncipe azul. Tirarme una tarde entera con cuatro mujeres más a ver películas de Jennifer Aniston comiendo helado de chocolate y que cuando la pantalla diga off sentir unas ganas terribles de tener una boca a quién besar.
Dejar que en las borracheras alguien me lleve a casa y no regresarme andando sola a las cuatro de la mañana, descalza, porque puedo.
Que me carguen. Poder quejarme cuando ya no aguanto, cuando veo todo muy difícil.
Llegar por las noches y pedir que me abracen, que me den un beso, que me llamen "chiquita".
Fantasear con el empresario que me va a mantener y me comprará una casa en la playa, para que yo ya no haga nada.
Importarme porque mi vestido combine con mis zapatos y la flor que llevo en el cabello.
Tardarme más de una hora y media arreglándome, probarme todos los vestidos que hay en mi armario y en el de mi roomie.
Dejar que me abran la puerta del coche, cuando suba y cuando baje.
No burlarme del que me deja del lado de la pared en la banqueta.
Llorar o enojarme porque un tipo me cachondeó en el metro, en vez de gritarle.
Cuidarme las uñas y los pies y las manos.
Desear que al volver a casa haya unas flores o unos chocolates, o una canción.
Enternecerme porque alguno me dice que quiere tener novia y no desconfiar inmediatamente.
Hacer dibujitos de corazones, escribir el nombre de alguien, quien sea, por toda mi habitación.
Escuchar Laura Pausini y Fey.
Llorar porque llueve y mi teléfono no ha sonado en todo el día.
Comprar un jabón especial para la cara y otro para el cuerpo y un líquido para antes de bañarte y otro para después.
Usar uñas postizas con alguna decoración en nácar, que es muy "nice".
Tomar martinis en vez de cagüamas.
Ir de compras a los centros comerciales, namás porque no hay nada qué hacer.
Soñar con una hijita, que lleve un nombre especial, un nombre que brille, ponerle vestidos hippies y dejarle el pelo suelto, revuelto.
Creer que el que me ame lo hará por siempre. Que no habrá otro como él. Que hay una media naranja, alguien esperándome.
Pensar que tanto corazón roto ha valido la pena. Por él, el que venga, que es el que será.
Sonrojarme cuando alguien me dice algo bonito, o tal vez creérmelo.

No sé. Serán los años cagüameando con tanto hombre. Igual el asco a las lágrimas rosas.
La caída una y otra vez después de soñar.
No sé por qué cuando tenía 4 años y vinieron los niños a robarnos el lunch, por qué todas se quedaron sentadas y yo fui tras de ellos, pero eran altos y no alcanzaba. Por eso les pegué en las espinillas, hasta que me lo dieran, por eso ellos me pegaron, contra el barandal y contra el suelo, en la cara, y en el estómago, y al siguiente día igual y otro día más. Hasta que pegarme se convirtió en el juego de los recreos, pegarme y yo pegarles.
Por eso cuando me cambiaron a una escuela de niñas y de monjas todo me parecía aburrido.

Por qué a los trece mientras todas se ponían diferentes vestidos yo quería aprender a andar en patineta, con mi gorra para atrás.
Por qué me convertí en la confidente de todos los enamorados de mis amigas y en su mejor amiga y en su hermano.
Por qué si me llaman para ir con 3 hombres a beber lo prefiero a ir con 3 mujeres a un café, casi siempre.

Ser mujer y sentir que se me va la vida si no encuentro el amor.
Soñar con un vestido blanco, largo y con mis sobrinitos siendo pajes.
Creer que a los sesenta habrá alguien a mi lado, alguien que no sea mi biblioteca.
Ser mujer y hacer una mueca cuando algún muchacho haga un albur, en vez de reírme y sacarle uno peor.
Despertar sólo para darle amor al que esté en mi vida. Sólo para respirar de él y no de mis sueños y mis logros.
Meterme a clases de manualidades y tal vez a pintar matroshkas.
Hacerme la depilación láser antes de comprar la colección entera de Murakami o de Hesse.
No rechazar las ganas de mandarle un mensaje a ese que ni contesta ni nada.
Aprender hawaiano en vez de parkour.
Decírle que sí al próximo que me diga que me case con él.

Dejar de confundir lo que es ser mujer con ser cursi y pomposa.
Sentir que mi cuerpo es mi templo y que no todos tienen que someterse a él.

Ser mujer de pies a cabeza de día y de noche sin dejar de ser yo.




miércoles, 28 de marzo de 2012

Y pensar que tenía que haberme despedido del provinciano con gorrito y una maleta verde-viejo, en un bazar de antigüedades, para darme cuenta que Francisco acaba de irse de mi vida. Qué bien se siente uno cuando deja de amar.