lunes, 30 de julio de 2007

desde entonces ( h. al librito azul 43)


La mujer ha sido siempre prisionera de amor
y sólo empieza a salir de la cárcel
cuando lo convierte en palabra.
Carmen Martín Gaite.
Se alejó poco a poco. Fue la retirada de los cangrejos al amanecer. Dejó de besarla en las madrugadas. Sus jornadas laborales se extendían hasta horas en las que el sueño ya le había condensado la espera de su llegada.
Intercambió sus poemas por discursos políticos. Ella ya no reía a su lado. Se asqueo de su ropa interior morada y de sus persecusiones al salir de la bañera.
En las mañanas él salía oliendo a colonia, regresaba con olor a perfume. Ella comenzó a esperarlo despierta. A veces a cerrar la puerta a partir de determinada hora, a ver si así se acortaban sus fiestas. No pasó. Él siguió llegando cada vez más tarde y en las mañanas más enojado.
Ella se dedicó a sus hijos y sus aficiones por las joyas. No quería dejarlo. Sabía que ya no la quería. Fue incapaz de dejarlo de amar. Se teñía el cabello, nuevos cortes de pelo, cambios de look. Nada funcionó.
Él se volvió un gran político. Compraron casa nueva. Sirvientes. Ella decoró la casa con estatuillas africanas y fotos de fríos fines de semana.
Sólo una posición en diez años. Ella creía que era normal.
Alguna vez lloró. Poco se lo permitía. Entre los niños y la conciencia de ser ella la culpable. Una tarde arrojó el anillo por la ventana. Él no se dio cuenta hasta el día con el forense.
Se volvió histérica y caprichuda. A momentos. Él cada vez mas estático. Un inmortal.
Ella nunca entendió por qué. Un poco como a Alfonsina, olas se la fueron llevando. Nadie se dio cuenta. La corriente de la tristeza a veces es invisible. Por alguna u otra razón, terminó en cachitos, en un congelador.
La otra estuvo en su funeral. Él dio un buen discurso.

1 comentario:

pepe dijo...

bien... te reinventas.
tengo un plan siniestro... borregos!