viernes, 1 de febrero de 2008

continuación

La monja sigue de pie frente al espejo. Ya cubierta por supuesto, las monjas no deben estar mucho tiempo en paños menores, no vaya a ser que se asome Jesucristo y le entren ganas... de algo. Lo siento, el narrador no debe dar sus puntos de vista en esta ocasión pero ha sido superior a mis fuerzas. La otra dama se ha sentado en los lavabos de frente a la monja.

La monja- Por favor no te sientes ahí. Está todo mojado y ya no tienes quince años como para andar trepandote en lavaderos y árboles.

La otra dama- Yo nunca voy a dejar de treparme- guiñe un ojo- en donde sea.

La monja le da una palmada en la rodilla haciéndo ojos de desaprobación, luego ríe.
La monja- Dios mio, no la escuches.

La otra dama- joder para una vez que me escucha ya andas tú diciéndole que se haga el sordo.

La monja ( un poco indignada)- Seguimos con tu historia o me voy.

La otra dama- Ah sí, ¿en qué iba?

La monja- En tu dedo chiquito temblando.

La otra dama- jaja claro! mi dedo chiquito. Es un traidor eh, o se acuesta antes de tiempo o anda temblando a horas indebidas. Menos mal que sólo poca gente lo ve, y a la hora que yo quiera mostrarlo.

La monja- Ya estás como la licenciada. ¡Sigue con la historia!

La otra dama- Bueno, bueno. Él como que no tenía mucho que decir, estaba nervioso y yo más, pero me estaba haciendo la fresca y casual de "esto pasa todos los días".

La monja- Hablas igual que a los dieciocho.

La otra dama- Hablo, pienso y me río igual que a los dieciocho. Mi pequeño yo nunca morirá.

La monja- Ya estamos con "tu pequeño yo"

La otra dama- Sin ofensas eh. En eso como que, no sé por qué, los dos nos quedamos callados. En la radio estaba sonando una canción que yo en mi vida había oído. A mi me sonaba un poco a Mijares.

La monja- ja ja, nadie se acuerda de Mijares.

La otra dama- Yo sí y de Yuri. Él empezó a tararear, y en ese momento me acordé de un concierto al que fuimos cuando tenía como dieciseis. Estábamos atrás del telón y él se sabía todas las canciones. Ahí descubrí que cantaba bien. Puede ser que allí me empezara a gustar. No me acuerdo. Le recordé ese episodio y después le conté lo que había sido de mi en los últimos dos años. Mi desepción de los mahometanos y la adoración que tenía por las ardillas. Él se reía sin poder parar. Movía mucho los dedos sobre la mesa y yo quise detener su mano y verlo a los ojos. Pero me pasó algo rarísimo. No pude verlo a los ojos. Como antes, como hacía muchisimo tiempo.

La monja- ¿tú? ¿Cuándo no has podido ver a los ojos a alguien?

La otra dama- Pues a él. Cuando era muy chavita, un día me pidió que le ayudara a levantarse y cuando estaba desde arriba me di cuenta que no podía verlo a los ojos. Me ponía en llamas, diría la prima.

La monja y la otra dama ríen sin parar.

La monja-(mirando el reloj) nos quedan siete minutos. Apúrale antes de que vengan.

La otra dama- Bueno pues seguimos hablando. Había como esa magia, tensión sexual. Para qué le hago a la poeta. A tope. Me empezó a contar no se que cosas de los amigos de antes y no pude más. Me levanté de la silla, lo abracé tan fuerte que me dolió. Ahí ya me separó él y me dio un beso que... pufff.

La monja- No empieces de guarronga que ya sabes que no me gusta.

La otra dama- Chale a ti hasta un beso te pone verdad. Yo estaba hablando ahí en plan romántico. Bueno el punto es que ese beso fue lo que me hizo llegar hasta aqui. Ya pasaron los siete minutos. ¡Corre!

La monja y la otra dama salen apuradas del baño. La otra dama sin darse cuenta de que lleva la blusa y el sujetador al aire. Quizá por costumbre. No se sabe. Dejaron el neceser dentro del baño.

No hay comentarios: