viernes, 27 de enero de 2017

Y me acordé

Y me acordé.

Ayer salí de trabajar encabronada. Estaba adentro viste? Cuando toda la sangre te está hirviendo, cuando no te soportas a ti misma , cuando no quieres hablar con nadie, cuando no quieres ver a nadie. 
Decidí, como siempre, caminar. Que al parecer es lo único que se hacer, caminar, caminar, caminar. 
Llegué al Congreso y me senté en la plaza a leer el teatro de Roberto Artl en voz alta. Tal vez, gritando su obra, gritando a sus fantasmas, se irían los míos. Entonces vi las palomas del congreso.  Y me acordé, 
Me acordé de ti y de la fobia que les tenías a las palomas. Me acordé de ti diciendo:

¡Malditas ratas de iglesia emplumadas!  ¿cómo puedes quererlas?

Acá las palomas son irreverentes, como los argentinos.  Acá las no sólo están afuera de las iglesias. Acá están afuera de del congreso, acá vuelan por las aceras, acá se suben a tu mesa mientras estas tomando una cerveza y se comen tus cacahuates. Acá las palomas te chocan a media calle y te interrumpen la caminata. Acá las palomas son como los argentinos.  Y me acordé, 
Me acordé de ti, sentada en el parque mirando El congreso, y me acordé de cuando decíamos que tú ibas a leer mis cartas sentado en algún banco, en algún parque, en algúna época de Praga. Ibas a leer las cartas que yo, siendo la esposa de mi mejor amigo, te iba a escribir. Y me acordé, 
¿sabes? de lo lejos que estás tú de Praga y de lo lejos que estoy yo de haberme casado con alguno de mis mejores amigos...aunque en el fondo estoy casada con todos.  Entonces dejé de leer a Roberto Artl, porque sus fantasmas no eran los míos, porque en mi imaginario no hay un jorobado, ni una prostituta, ni una coja, ni un verdugo. En mi imaginario está mi pasado.
Frente al congreso hay un cine. Gaumont se llama. Es una especie de cineteca, más parecida a esa de Madrid que a la de México. Más parecida a la de Madrid porque es pequeña, pero menos linda, menos parecida a la de México porque no tiene tanta parafernalia para blofear. 
Compré mi boleto y entré a ver El Invierno.  Una película de acá. Acá es verano, pero esa hora con treinta minutos ha sido el invierno más largo que he vivido. No entiendo a esos cineastas que se clavan 20 minutos sobre la imagen de un mismo paisaje. Yo no pagué para ver una foto, pagué para vivir una historia, una cualquiera, una historia de otro, no para contemplar la nieve y volver a pensar en la mía.  A mi lado había un hipster que no paraba de moverse, me miraba cada vez que cambiaba de posición. Claro, ayer yo iba más que hipster, con esos vestiditos, ya sabes, de niña de orfanatorio que me gusta usar de vez en cuando y pensaba, mientras él me miraba que a mis 30 años no debería de vestirme como niña de orfanato, a mis treinta años no debería de hacer tantas cosas que sigo haciendo.  Me daba frío en las piernas y las imágenes de la nieve no me ayudaban. 
Salí del cine y pasé a comprar una serie de luces, viste? Viste que sigo obsesionada con las luces? Viste que no importa cuantas luces, cuántos focos, cuántas bombillas compre, todos se me vuelven a fundir. Entonces paso semanas, o meses enojada porque se me fundió ese foco, o esa serie de luces  y me quedo a oscuras. Hasta que me vuelvo a topar con un Chino barato y no soporto la tentación de comprarlos de nuevo.  Esta vez compré farolitos blancos.  Y me acordé,
me acordé de esa cama, mitad cuna mitad cama que tenía. La que me ayudaste a adornar, en la que puse farolitos rojos y rosas y naranjas, te acuerdas?. Esa cama que perdí, esa cama que  como  en muchas otras mudanzas, también abandoné en otra ciudad. Una cama más que pagué para abandonar.  Y me acordé. 
El invierno me dio un hambre insaciable, el invierno o mi síndrome premenstrual. Lo único que quería era un pescado y un vino. Sí, como cuando estoy de vacaciones, como cuando me voy sola a esos pueblitos con río o mar.  Pero no estoy de vacaciones. Acá ya tengo una vida, acá esta es mi vida. Y me acordé
Me acordé que he tenido tantas vidas que vivo eternamente de vacaciones, eternamente en el viaje. 
En el trayecto a casa me metí a facebook. Los posts de Trump, los posts de feminismo, los posts de feminicidio. Sentí el muro, lo sentí en mis ojos, y en mis dedos y en mi pecho. Puse Spootify, me saltó una nueva playlist Latin Divas, por curiosa le di play.  ¿Qué clase de retrasado mental puede poner en la misma playlist, una al lado de la otra, a Chavela Vargas y a Belinda? Me enojé más, bueno, no sé si más, cuándo se mide el enojo, dónde se mide el enojo. No podía creer que alguien pudiera hacer ese tipo de mezcla, ¿quién hace esas playlists? ¿dónde está su gusto? dónde está su oído, cómo carajos puedes ponerlas en la misma lista? Y me acordé.  Me acordé que yo transito de Belinda a Chavela Vargas en un instante, de adolescete pelotuda a alma vieja y decrépita en un instante.  Cada vez tenía más frío en las piernas, se me inflamaba el colon, o el útero, o no sé. Confundo mis órganos. 
Llegué a casa.  Sonó whatsapp, y era uno de los mejores amigos viste? uno de esos con los que nunca me voy a casar porque ya estamos casados. "Tu eres la esposa de todos" dijo uno que te cae mal .  Me dijo de vernos a traves de las pantallas, coloqué mi serie de luces nuevas,  y contesté la videollamada.  Le dije que extrañaba tocar sus cachetes y que me diera masaje en los pies, y chingos de mariguana y comida de la que aprende a hacer por youtube cuando está pacheco. Me preguntó por ti, y yo le hablé de tu instagram. Luego me propuso vivir juntos, en un cerro, y abrir una escuela para los niños del pueblo, y yo no paré de reír y comer salsaguetis hasta que llegó su novia, me saludó por la pantalla y me despedí. 
Luego,
volví a escribir. 

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