Del puerto recuerdo poco, las ganas tremendas de huir de no se quién o qué y por qué. Supongo que era de nosotros ahí, para vivir el allí o el aquí. Mis dudas sobre cómo un lugar nos podía condicionar tanto, si huir podría ser la solución. Tu helado de limón y mi sopa caliente. Tu cara al mirar las cifras del cajero. Números rojos. Tú no estabas acostumbrado. No sé si ya lo estarás. Yo nunca he salido del rojo, ni de los cajeros malolientes.
Envolví con mi pelo, entonces largo, tu cuello pensando que sólo las estrellas podían pincharnos con sus picos pero su lejanía nos sonreía. ¿Había un mar? No lo sé. Había tu brazo abrazando mi cintura y un momento en el que me alejé para desearle buenos pensamientos a una amiga lejana que seguro sonreiría si hubiera sabido que estaba contigo.
Me acuerdo de esas ganas de llorar tan quedito, de que mis lágrimas salieran de tu cuello y recorrieran tus brazos. Del blanco de tu espalda baja cuando le hacía cosquillas. Era el día en que no hubo preguntas, hubo el aceptarnos y es descubrirme en tu mirada. Un puerto que podría haber sido valle. El momento en el que decidí que yo sólo era para ti.
El momento en el que me quedé.
No hay comentarios:
Publicar un comentario