lunes, 21 de julio de 2008

la bolsa del pez

El cabello le llega a las rodillas. Sentada en un barandal que da a un río triste. Un río de agua sucia con un pez-mounstruo de vigilante. No llora, porque le quedan pocas ganas de hacerlo. Prevenir que quizá algún día vuelva a necesitarlas. Es un pelo castaño pero los rayos del sol hacen que brillen mechas rojizas. Serán las sonrisas de los que la miran. Ha tenido que detenerse, será el agua. Tal vez el pez la llamó desde que venía en el autobús. Cuando pasa la noche en vela siente que el día está lleno de señales que le darán las respuestas a todas las preguntas que surgieron por la noche. Está enfadada, el miedo la delata cada vez que se muerde la uña del dedo pequeño.Y es que parece imposible que despúes de tanto tiempo siga recordándolo. Siga pasando las noches en vela por él. Que cuando está despierta y escucha su nombre ella lo sustituye por el nombre de alguna golosina, y así es más fácil sonreír como si no pasara nada, como si ese nombre sólo significara un buen caramelo que alguna vez probó. Que cuando supo no hubo tiempo. Pero esta noche, la casa se le ha derrumbado, él la miraba desde su silla, acompañado. Como la mira el pez-mounstro comiéndole las entrañas. Poder ser capaz de dibujar una sonrisa mientras lees la noticia que arruinará tu vida. Ella es capaz. Pero en sueños no. En sueños resulta que se le rompe el corazón. En sueños la fuerza se le va por las miradas y no le queda más que sentir. En sueños tardíos porque la historia comenzó cuando el cabello le llegaba a la barbilla, ahora en las rodillas. No ha valido de nada leer 89 novelas. Aùn recuerda la historia, la que era suya como si fuera la ducha de esta mañana. Que no se diga que no ha intentado seguir adelante. Seguramente más que nadie. Y muchas veces ha tenido la sensación de haberlo superado. Pero nada, resulta que viene una noche como estas en las que Morfeo le escupe en la cara la imagen de él, los besos de él, la caricia de... La mañana le devuelve su ausencia y el sudor en la sábanas.
Navega una bolsa de plástico por el río. Una bolsa blanca que curiosamente le da un aire poético. El pez se asusta, un elemento que no pertenece a su territorio. Pesado y lento se acerca a ella, a la bolsa. La picotea y la bolsa parece que baila. Baila para el pez y para el peso que tiene ella, la del cabello largo, en la boca del estómago. Pero las bolsas son ligeras y por más que luchen, que bailen, que se aferren a navegar por el río, el aire se las llevará tarde o temprano, o la lluvia hará que se hundan.
De cuando en cuando ella siente tristeza por esa bolsa, por ese pez tan arrogante y absurdo, por el sudor que tiene detrás de las rodillas por estar soportando el acero caliente donde se ha sentado. Que sí, que de vez en cuando hay que llorar por él, por ella y por él que ya no son y no volverán a ser. Por esa minúscula partícula de tiempo en el que estuvieron juntos. Cualquiera diría que no fue nada. Ella ha dicho que no fue nada. Pero cuando sueña así, entonces cabe la posibilidad de que haya sido algo, de que sea algo. Ese maldito algo que no pasa, que está dormido en su estómago y la despierta una noche enterrada entre meses, y después de otros meses vuelve a despertarla. La impotencia, por que ya no hay nada que hacer más que voltear la cara, como lo hace él en el sueño mientras la casa se derrumba. Mientras ella provoca un incendio y todos le gritan que es estúpida, que no se puede vivir prendiendo fuego en todas las casas. Y ella que ve los frijoles quemarse en la olla de una abuela desconocida.
Soñar, con casas derrumbadas, con fuegos en los catres y en las cocinas. Con él. Ahora con ese pez que se ha subido sobre la bolsa y la está usando de barca. Para burlarse de ella.

2 comentarios:

Chava dijo...

Brrrrrrrrrravo, awsome de verdad clap clap

pepe dijo...

sss.. (es el mismo pez?)
te necesito.. puedes empezar, sigo -borregos