jueves, 6 de marzo de 2008

mi viejito (h. al l. azul)


Si vencer al amor no ha sido fácil,
triunfar sobre el dolor será más arduo;
que el dolor es amor más dolorido.
Elisabeth Barrett
Recuerdo que su piel era suave antes de despertar. Las arrugas eran aún más blancas. No me importaba llevar la basiníca al baño a las tres de la mañana. Porque era su basiníca,y la de veces que no llevó él mis vómitos al bater. Las últimas semanas fueron diferentes. En el pecho sentía un presentimiento. Algo me decía que ésto se iba a acabar. Entonces me aferraba más a él y a su olor de viejito. Mi viejito. ¿Porqué los ancianos despediremos un olor diferente? Yo a los diecisiete olía a violetas. Ahora huelo a meados y vaselina. La vaselina que usaba mi viejito en sus canas. Decía que así le brillaba más él cabello y que la gominola era el resistol de los modernos. Pegamento para jóvenes. El sofá todavía tiene la grasa en la almohada donde ponía su cabecita. Cuando entro al salón todavía me huele a rábanos con limón. Los rábanos que se comía mi viejito en las tardes. Ahora vienen los nietos y esperan que su abuelito les pinte los dedos y jueguen a los muñecos. Yo no sé jugar a eso y me duele ver sus caritas cuando ven que no está. Extraño las tardes de telenovelas en el tres. Extraño que me pregunte porque la mala es tan mala y que brinque cuando hay algún asesinato. Ya no lo tengo besándome la mano. Haciéndo el ridículo delante de toda la familia. Lo he intentado sustituir con tortas de frijoles con jamon. Con chocolates after eight, con cacahuetes japoneses. No sé si mis hijos se dan cuenta. A veces mi nieta, la mayor, que ayer entró a la habitación y me vio llorando. No supe que decirle, pobrecilla ella también lo estará pasando mal. Como yo en las noches cuando es hora de dormir y la cama se queda tan grande del otro lado. Ya no hay un brazo al que agarrarme cuando hay pesadillas. Hay el vacío del cojín. En las madrugadas cuando busco su brazo y no está me despierto. Se me hace un hueco en el estómago, y para no pensar me leo la biblia un ratito, luego me da pena despertar a mi hija, la que duerme al lado, así que apago la luz y a oscuras me como unas galletitas con chocolate. Unas veces lloro. Por más que intento no hacerlo. Pero es que nadie ha quitado su perchero y me pasa que entre sombras lo veo y quiero hablar con él. Mi viejito rabioso. Ya lo alcanzaré cuando Dios disponga.

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