lunes, 7 de enero de 2008

Me quito el sombrero. Con el corazón en la mano, casi en la uña, digo que los adioses que no quisieran serlo pero lo son duelen hasta las rodillas. En un locutorio ageno. Con lágrimas por áquel que años atrás me hizo llorar. Miento, yo lloré por él. No soy buena podadora. Nunca lo seré. Constantemente encuentro raíces que creía exterminadas. Las flores se me marchitan en las manos y las estrellas aún no cumplen deseos. No he pedido mis deseos a las brujas, ni a mis hadas, menos a Mikado. Intento guardar los sueños para cuando hagan falta. Odio las respuestas tardías. Exesivamente pensadas y frívolas. Pero odio más que no las haya. Por primera vez sé que nada es mi culpa. Las hojas me han arrastrado a sus días y he seguido el rumbo del polvo de la muerte. No hay nada que hacer. Guerras vacías. Soltar la mano que me guiaba. No volver a decir la palabra "Siempre" duele en los labios y en los abrazos que no volverán a ser dados. Agacho la cabeza y pasa un cohete. No era cometa

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Te quiero

limbocolectivo dijo...

¿en esos sueños si se vale decir siempre?