domingo, 4 de mayo de 2008

(h. al libro azul)


No sabemos lo larga que es nuestra historia
pero sentimos su peso.
Jorge Franco Ramos.
Mi reflejo en el metro. Con los audífonos más grandes que mis ideas, o algo así. Mi cara es cuadrada. En días como hoy, gris plata. Se me marcan las arrugas y los huecos de las sienes. Hay grasa en mi cabello. Reconozco, de nuevo, mi rostro llorando. Otra vez en el metro. Creo que es el lugar de la tierra que más lágrimas mias tiene guardadas. Hoy pensé que el metro es mi mejor amigo. Que es con el que más tiempo he pasado en estos últimos años. Es el que me ha tenido llorando entre sus brazos, para después escupirme a la calle y al invierno de la convivencia. El que me recibe por las mañanas, templado para acogerme mientras leo. El que me regresa a casa cuando la borrachera no me permite andar. El que ha sido una cama más de una vez después de un día de exesivo trabajo. Mi cara en la ventana del metro, me recuesto en el asiento. No me da vergüenza llorar en el metro, llorar con el metro. Desquisiarme con el metro. Ya sé que seguro muchos me ven, yo sólo me concentro en mi mirada, en la distancia que hay entre una lágrima y otra, en el movimiento que hago cada vez que cae una. Aprieto los labios, y luego los relajo. Descubro que al llorar tengo contracciones labiales. Descubro que me duelen los pies, me escuesen los dedos. Y que hay momentos en los q se me olvida porqué me subí al bagón tan triste o con tanta emoción desbordada en forma de lágrimas. Creo que necesito una michelada y me salgo a medio trayecto pero al ir andando hacía el bar, me entra pereza y regreso al metro. Hay que esperar siete minutos así que decido andar a la siguiente estación para despejarme un poco. Saco el móvil, busco algún candidato para consolarme, pero no me decido por nadie, autosuficiencia, y decido regresar a casa para sufrir sola, que luego no lo consigo. Lloro, otra vez este trayecto interminable de metro. Salgo de nuevo en mi calle. Es sentir el aire y borrarseme las lágrimas. Adam Green. Entro a casa cansada. Llamo, mi hermano está lejos y me contesta la voz de una extranjera desconocida. Me asusto y cuelgo. Se me acabaron las ganas de llorar. Es el cansancio. La inutilidad de las lágrimas. Mi falta de fuerza.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

La inutilidad de las lágrimas.. Te quiero!

Anónimo dijo...

Cuanto tiempo sin leerte... Y sin saberte así. ¡¡Lo siento!! Siento no estar para tí, pero últimamente no estoy ni para mí. Pero te sigo queriendo igual. O incluso más. Cuídate, por favor.

hada asesina dijo...

gracias anònimo! me sentirìa mejor si supiera quièn eres. De todas formas. muchas gracias!